El 24 enero de 1943, en estancia Coihueco Norte, donde su padre Zacarías Corvalán, casado con Betsabé Altamirano, tenía puesto, nació Avelina Corvalán, a quien desde pequeña llamaron cariñosamente “Gringa”.

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Avelina junto a sus padres Zacarías y Betzabé

Los padres de Zacarías fueron María Maya, hija de indios, y de David Corvalán, chileno, con ascendencia árabe. Betsabé fue hija de Clotilde Verón y Eusebio Altamirano.

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El matrimonio Altamirano-Corvalán tuvo 12 hijos, de los cuales seis fallecieron al nacer o a temprana edad. Zunilda, David, Saúl Armando, Jorge Victorio y Víctor fueron los que sobrevivieron.

“Cuatro de mis hermanitos murieron al nacer porque antes los partos se hacían en el campo, sin la intervención de los médicos. Esa fue una tristeza muy grande de mi madre. Más allá de eso nosotros tuvimos una vida muy linda en el campo, mi papá tenía mucho capital. Fuimos a una escuela que funcionaba en el casco de la estancia Coihueco, nos íbamos caminando desde mi casa, por lo que teníamos que salir una hora antes, porque nos quedaba a cinco kilómetros. En el invierno mi papá pedía una casita en el casco de la estancia y nos instalábamos un tiempo ahí. En esa escuela se podía hacer hasta cuarto grado. No era de internados, sino que funcionaba como las escuelas normales, me acuerdo que iban los chicos Poblete, Márquez, Pavez, mis primos Verón y Corvalán, todos llegaban a caballo. Gracias a Dios nunca nos faltó nada, en mi casa el azúcar no se compraba por bolsas de kilo sino por cantidad en San Rafael y se traía en camiones, pero antes me contaban que la gente iba en carros a comprar todo, tardando días y días en ir y venir. Mi papá llevaba los animales a una veranada que estaba en el cerro Paraguay, en la zona de Los arroyos, para arriba. Allá mi mamá hacía mucho queso y nosotros le ayudábamos, también teníamos que cuidar los animales. Mi papá todos los años tenía que venir de la veranada con dos cargas de quesos, que se guardaban para pasar todo el invierno. Cuando estábamos en veranada había que cuidar mucho los animales porque había algunos que contrabandeaban ganado a Chile y arreaban todo lo que encontraban en el camino” inició el relato Avelina.

Al seguir recordando dijo “en el puesto tomábamos agua de un canal que nacía en el río Atuel. Me acuerdo que la toma en invierno se congelaba y los hombres tenían que ir con picota a romper el hielo. Los fríos de antes eran intensos y las nevabas muy grandes. Nadie tenía camperas impermeables, todo era tejido y se usaban mucho los ponchos que le dicen de Castilla”. (NdR: El poncho de Castilla es un tejido muy denso, a partir de quilin de caballo que lo hace prácticamente impermeable, por lo que los pobladores de la zona rural lo prefieren para resguardarse de la lluvia y la nieve).

“La estancia Coihueco era importante en su época, recuerdo que tenía un almacén grande, el propietario era don Víctor Martínez, antes había estado ahí un hombre de apellido Retana, del cual tengo fotos que me heredó mi mamá. Había muchos potreros donde sembraba pasto y papas. La tierra se araba con caballos. En  casa mi papá tenía una mula para arar, dar vuelta la tierra y sembrar todo tipo de verdura. Me acuerdo que el zapallo se daba muy bien y para Pascua se hacía una chaya en zapallo en el horno. Como se cosechaba mucho zapallo se elegía el más lindo y grande, se ahuecaba y se lo rellenaba con todo tipo de verduras y con avestruz o con pavo. No sé con qué lo cubrían para que no se quemara la puerta de afuera, porque la cáscara salía achicharradita pero no quemada, eso era riquísimo. Mi papá sabía en qué tiempo se podía matar un choique, no como ahora que salen en cualquier época y hacen tanto daño. La gente de antes mataba un choique para darse un gusto y listo, yo creo que era más consciente que ahora”, agrego la mujer.

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Recordó que El Sosneado era un pueblo, en la década de 1940, con gran movimiento porque trabajaba la mina SOMINAR, dedicada a la extracción de azufre.

Cuando Avelina contaba con alrededor de 13-14 años falleció un hermano, Felipe Neri, a la edad de cinco años, por lo que su madre entró en depresión y la familia se trasladó a la entonces Villa de Malargüe, donde en la Av. San Martín entre Capdeville y Batallón nueva creación, costado oeste, vivía su abuela Clotilde Verón. Don Zacarías comenzó a trabajar en el ferrocarril, más precisamente en la sección de planchadas donde se cargaban minerales que eran trasladados a otros puntos del país para su posterior procesamiento. Tiempo más tarde se instalaron en una de las casas del barrio ferroviario.

“Cuando yo era chica el pueblo de Malargüe tenía todas las calles de tierra. Estaban los negocios de Musa, Fernández, Peinado. Los negocios eran de los que se llaman ramos generales, tenían de todo y a la gente les recibían los frutos, lana, cueros de animales de crianza y salvajes como los de zorro. La ruta 40 que pasa por Coihueco yo la conocí también de tierra, me acuerdo cuando la asfaltaron, ahí trabajaba mucha gente”, comentó en otro tramo de la conversación.

A la edad de 15 empezó a trabajar en la casa de familia del Ing. Talasesco, en el casco de estancia La Orteguina, hoy Dirección municipal de cultura y museo regional.

En esa época conoció a quien sería su marido, Simón Gutiérrez, y cuando ella tenía 16 años contrajeron enlace. Su esposo era puestero en la zona conocida como Pampa del álamo, al noroeste de la ciudad de Malargüe.

El matrimonio tuvo nueve hijos: Gloria Isabel, Viviana, Quintín, Delfín, Marisa, Érica (fallecida), Darío, Jaquelín y Gisela.

“Nos casamos y nos fuimos a vivir al puesto de mi marido, como yo estaba acostumbrada a estar en el campo le ayuda a él en lo que podía en la crianza de los animales, en las esquilas y en todas las tareas de la casa. Las esquilas se hacían dos veces al año, en abril para la bajada de la sierra y afines de noviembre antes de mover las ovejas a la veranada. Había como 1.800 ovejas. Cada una duraba 7-8 días. Entre los vecinos se iban dando una mano para esquilar los animales y las mujeres nos encargábamos de preparar la comida, a mí me tenían que poner a una ayudante para cumplir con todo. Mi marido llevaba a veranada a Las olladas, cerca de Los Molles” rememoró después.

Cuando sus hijos estuvieron en edad escolar la familia se trasladó a la ciudad de Malargüe, radicándose donde actualmente ella vive, en calle Capdeville oeste, barrio Ulloa. Don Simón al tiempo ingresó a trabajar en la municipalidad de Malargüe donde se jubiló, sin dejar  abandonadas las tareas rurales, pues siguió manteniendo su puesto, que ahora ha pasado a mano de su descendencia, dado que el hombre falleció hace más de una década. Ella y sus hijos aún conservan una antigua carretela en la que hacían los viajes.

“Cuando llegamos a este barrio no había calle en la zona donde nosotros estamos, poco a poco se fue trayendo agua, la luz, el gas. Lo primero que hicimos cuando compramos este lote fueron tres piecitas de adobe, hasta que pudimos tirarlas y hacer de ladrillo”, recordó.

“Gringa” tiene actualmente 32 nietos y 16 bisnietos. Al hacer mención de sus nietos recordó con emoción a Fernando David, hijo de Quintín, quién falleció en un accidente de tránsito hace algunos años en ruta nacional 40 norte, en proximidades del matadero municipal junto a otras dos personas.

Avelina reúne en su memoria muchas anécdotas y recuerdos de sus padres y abuelo, que relató en la conversación pero que nos es imposible publicar en esta edición por razones de espacio. Esos recuerdos le gusta compartir con sus hijos y nietos cuando está con ellos en el puesto que la familia lleva ocupando desde hace cinco generaciones y al que anhela la justicia se expida a su favor para conservar la tierra, ahora en litigio con extranjeros.

“En el puesto hay árboles que se plantaron hace más de 100 años por la familia de mi marido, Dios quiera que mis hijos y mis nietos puedan seguir disfrutando de ese legado familiar”, expresó la mujer cuando la conversación llegaba a su final.

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