Presidente Alberto Fernández se inclinó a favor de La Pampa en relación a Portezuelo del viento.

Por: Guillermo Mosso Diputado Provincial – Partido Demócrata Mendoza (*)

Para expresar la pérdida del valor de algo se pueden utilizar diferentes sinónimos, tales como depreciación o desvalorización. Una de esas expresiones, devaluación, si bien es un término de naturaleza económica, puede utilizarse para describir otros fenómenos de deterioro del valor. La presidencia de Alberto Fernández es uno de ellos.

El presidente Fernández ha devaluado fácticamente la moneda de un modo considerable en el poco tiempo que lleva en el poder. A efectos de comparar, Mauricio Macri comenzó su gobierno con un dólar a $9,84. Dicho de otro modo, con un peso argentino equivalente a U$S 0,102. Cuando finalizó su mandato, dejó un dólar a $63,27 y un peso equivalente a U$S 0,016, o sea que, después de 48 meses de gobierno, el peso argentino perdió el 84 % de su valor frente al dólar. En tanto, el gobierno de Alberto Fernández, que arrancó con esos $63,27 por dólar, gracias a la falta de un programa económico y de confianza de los mercados -y no a la pandemia-, logró que la divisa norteamericana a llegue $190 (U$S 0,005 por peso) registrando una pérdida de valor del 67% en tan solo en 11 meses de mandato.

El presidente Fernández también devaluó el federalismo, al distribuir de un modo partidista asignaciones presupuestarias, ayudas económicas, créditos y otros recursos entre las provincias. Aquellas gobernadas por partidos de signo contrario y con buenas administraciones sufren demoras y asfixias financieras, cosa que no ocurre con las propias. Para estas el auxilio siempre está a mano, a pesar de sus estados casi fundidos por sus irresponsables manejos clientelares. Y también sucede cuando reasigna de la noche a la mañana -con discrecionalidad-, los recursos de una ciudad bien administrada hacia una provincia que se ha convertido en un agujero negro -fiscal y económico-, luego de 24 años de gestiones peronistas. ¿Qué clase de federalismo devaluado mira la «opulencia» de un distrito, mientras hace oídos sordos ante la pobreza y la miseria de otro como Formosa, víctima de un mandato ininterrumpido de casi 30 años?

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El Presidente devalúa la salud cuando el manejo improvisado de él y su equipo plantearon la falsa dicotomía con la economía, adoptando la cuarentena como estrategia y modo de gobierno. Así, crearon una épica sobreactuada en el manejo de la situación, con proyecciones y picos de la pandemia que están siempre «por llegar», anuncios rimbombantes de vacunas que aún son experimentos y la demonización de aquellas personas que expresan opiniones diferentes al manejo oficial -que, por las cifras, evidencia ser de los peores del planeta-. Y esto sin considerar lo que la pandemia relega a un segundo plano: patologías y afecciones que no son tratadas, como las cardíacas, las oncológicas, estudios de rutina como los oftalmológicos, demoras en la vacunación de niños y en la asistencia básica hacia los grupos de riesgo, entre otros problemas. Ah, pero lo importante, es que ahora, Salud es «ministerio».

El Presidente devalúa la República con sus avances sobre los otros poderes del estado. La insistencia en una innecesaria, costosa y amañada reforma judicial, aprobada con votos obtenidos en una kermesse de cargos judiciales, es un traje institucional a medida para domesticar el único poder que no controlan y que les asegure impunidad. La anuencia a los manejos arbitrarios en ambas cámaras del Congreso, marca también el desapego republicano de este profesor universitario e hijo de juez que hoy es presidente. Que incluso llegó a confundirse con aquella vergonzosa sesión donde los diputados presentes fueron fantasmas, en la particular interpretación del presidente de la cámara. Un destrato inadmisible para una oposición que votó las herramientas que el gobierno necesitó para la pandemia.

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El presidente Fernández devalúa la política, tanto doméstica como internacional, cuando dinamita puentes. En casa, profundiza la grieta para satisfacer con actitud tribunera a las huestes kirchneristas, priorizando el equilibrio de fuerzas de la coalición que lo llevó al gobierno, por sobre los caminos de diálogo con la oposición. O cuando revela charlas privadas de contenido incomprobable con el ex presidente Macri, lo que lo transforma en algo peor que un mandatario no discreto: en un presidente no confiable. A nivel internacional menoscaba la política cuando en las relaciones con los países de la región y sus gobernantes, priman las simpatías ideológicas y partidistas, por sobre los intereses del país. Así lo demostró el paso en falso con México, intentando su apoyo en una frustrada candidatura en el BID, y que solo obtuvo como premio consuelo, el cobijo papal. No hubo país vecino con el cual no se hayan hecho gestos o declaraciones fuera de lugar, llegando incluso a inmiscuirse en asuntos políticos internos.

Por último, el presidente Fernández todo el tiempo devalúa la palabra. Constantemente contradice su propio archivo, no lo resiste. Una frase o un concepto dicho antes por Alberto Fernández tiene una sola seguridad: que hoy dirá todo lo contrario. Con lo cual, y ante la ausencia del plan político y económico que tanto se le reclama, nunca nos percatamos de que, para entender su gobierno, había que recurrir a sus declaraciones del pasado. El plan de Fernández es el negativo de sus archivos periodísticos.

Tiempo atrás, Fernández salió a cruzar a Duhalde, quien lo había comparado con el ex presidente Fernando de la Rúa y dijo: «si hay alguien a quien no me parezco en nada es a De la Rúa». Es cierto, quizá no es De la Rúa, pero todo lo que toca lo devalúa: Es el presidente Alberto De Valúa.

 (*) Artículo también publicado en diario La nación.

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