El presidente argentino Alberto Fernández sonriendo ante el dictador e invasor Vladimir Putin (Foto aa.com.tr)

Vladimir Putin presentó su versión de la historia de Ucrania al afirmar que el país fue siempre parte de Rusia. Esto sirve a su propósito, pero es mentira. Ucrania tiene su propia historia milenaria.

Lo que es ahora Ucrania fue una región disputada de fronteras cambiantes durante siglos, que no quedó completamente bajo el dominio ruso hasta finales del siglo XVIII, durante el reinado de Catalina la Grande, y ni entonces el Imperio Ruso pudo absorberla completamente.

Los ucranianos y los rusos son pueblos eslavos orientales emparentados, cuyos destinos – desde la invasión de los vikingos suecos que tomaron la dirección contraria al resto de sus congéneres daneses hace más de mil años – yendo hacia Rusia, Ucrania, y Bielorrusia, rusos y ucranianos se han entrelazado y separado a lo largo de la historia.

Desde que Hitler atacó a la Unión Soviética en 1941, ningún líder europeo ha cometido un acto de agresión tan brutal.

Digámoslo claramente: Putin decidió convertirse en algo parecido a un terrorista internacional, arriesgándose a poner a la gran nación rusa en la categoría de Estado paria.

La invasión se ha puesto en marcha por tierra, aire y mar, devastando poblaciones civiles. Ucrania no es el único destinatario de este ataque salvaje. El objetivo es destruir la democracia y la libertad en Europa y el resto del mundo.

A pesar de toda la violencia que ha desatado el agresor del Kremlin, no doblegará el proverbial espíritu nacional del pueblo ucraniano. Ayudar a Ucrania es un deber ineludible. La responsabilidad histórica está definitivamente del lado de las grandes naciones de Occidente y de los líderes democráticos del mundo.

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¿Qué hacer ante este colosal desorden permitido por sucesivas políticas de apaciguamiento?

Ucrania sufre hoy similares errores a los que le dieron a Adolf Hitler el tiempo necesario para convertir al nazismo en una máquina de destrucción masiva, que solo pudo ser desactivada al costo de millones de vidas y sufrimientos que llegan hasta hoy.

El primer paso es admitir el error de creer que un déspota puede ser apaciguado. Putin robó una porción de Georgia en 2008 y quienes podían hacer algo consideraron que era más cómodo ser espectadores. Líderes permisivos prefirieron mirar el saqueo como quien ve una película en plataforma streaming, apoltronados en el sillón frente a la tele. Luego, en 2014, el dictador se apoderó de Crimea. Obama dijo entonces que Putin pagaría los platos rotos. No sucedió. La Unión Europea continuó viendo la película desde una comodidad casi suicida, hasta convertirse en rehén energético de Putin.

La prioridad urgente de la hora es lograr que el dictador pague un precio altísimo por la agresión cometida. Occidente debe darle una lección que ni él ni sus cómplices olviden jamás. Las sanciones deben ser a prueba de olvido. Ucrania debe ser asistida en todo para que pueda repeler la invasión y expulsar de su territorio al ocupante.

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Así como en aquellas invasiones de Putin sobre Georgia y Crimea, el mundo y la democracia quedaron a merced de los caprichos de un autócrata que supo aprovechar la conducta indolente de Estados Unidos, viendo la indulgencia como una luz verde para la prosecución de sus planes totalitarios, hoy la OTAN debería proveer a Ucrania de todo lo necesario para defenderse y repensar seriamente cómo mantener actualizado su poderío militar, para que sirva de disuasión a las locuras agresivas de invasores estilo Putin.

Putin se arroga el derecho de invadir Ucrania como si se tratase de una excursión turística, entonces, ¿Por qué la OTAN no debería auxiliar a un país avasallado por un régimen despótico?

Las armas convencionales para destruir tanques y helicópteros son esenciales, como lo fueron en Afganistán en la década del ‘80 para expulsar al invasor soviético.

El 6 de enero de 1992, la Argentina fue el primer país en la región en establecer relaciones diplomáticas con Ucrania. Por ello la Argentina debe apoyar, sin medias palabras, todas las sanciones diplomáticas, económicas y militares que se dispongan.

En estos casos la neutralidad es una mentira, un recurso cínico para ocultar un favoritismo. Durante la Segunda Guerra Mundial, la Argentina fue “neutral”.

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En un discurso memorable en la Cámara de los Comunes, Winston Churchill denunció el encubierto favoritismo argentino por el nazismo. Dijo el entonces primer ministro inglés, en un párrafo de aquel mensaje: ¨ No sólo los beligerantes, sino también los neutrales, encontrarán que su posición en el mundo no puede permanecer inmune al papel que han elegido jugar durante la guerra”. Clarísimo.

Los “neutrales” no logran la fragilidad de memoria que envuelve a los constructores de relatos vernáculos o internacionales.

Así muchas veces, desde el 2 de agosto de 1944, los países centrales del mundo occidental ubican a la Argentina en la categoría de los “países no confiables”.

A la luz de todo lo que vino después no se puede decir que Churchill, Roosevelt y otros estuviesen equivocados. Desde entonces, el país juega en Primera C, en el mejor de los casos.

Transitando aquellos errores del pasado, nuevamente el presidente Fernández lleva a la Argentina al borde de este precipicio, tomado de una mano por Putin y de la otra por Xi Jinping, que ordenó sobrevuelos de aviones de combate caza sobre Taiwán, a la espera del éxito de su colega invasor ruso.

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Fernández debe parar cualquier intento de ser la puerta de entrada de Putin a la región y dejar de alentar el asentamiento del Partido Comunista Chino, arropado en la seda que solo nos lleva a la ruta de la autocracia.

Hago llegar mi solidaridad y condolencias a todas las familias de Ucrania y de Rusia por la pérdida de vidas y por el sufrimiento que les ha infligido el régimen despótico de Vladimir Putin. Como dirigente, me comprometo decididamente a alertar sobre los espantos que puedan profundizarse para que Ucrania no sufra horrores semejantes a los del Genocidio del Hambre, conocido como el Holodomor, tragedia que tuvo lugar durante los años 1932 y 1933 y que provocó la muerte por inanición de cuatro millones de ucranianos cuando Iosef Stalin era el líder supremo de la Unión Soviética.

Aquí también gritemos los demócratas del mundo: ¨Nunca más¨.

Por Patricia Bullrich-Presidente Pro Nacional.

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