jueves, noviembre 21, 2024
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JUAN GIMÉNEZ Y FLORENTINA LUCATO

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Juan Giménez nació el 20 de junio de 1938, en Los claveles, Cañada seca, departamento de San Rafael. Sus padres fueron Joaquín Giménez y Carmen Pérez, argentinos nacidos en esa zona y de padres españoles. Juan tiene dos hermanas mellizas, Isabel y Carmen.

Concurrió a la escuela nacional 157, después denominada Pedro de Mendoza, ubicada sobre la ruta provincial 177, que le quedaba a unos dos kilómetros de su casa. Iba y volvía caminando.

“Esa escuela la inició como primer maestro Nicolás Bustos Dávila, que tiene una escuela con su nombre aquí en Malargüe”, dijo don Juan al repasar sus primeros años de vida.

Sus padres tenían finca en Los claveles y desde pequeño él estuvo relacionado con toda esa actividad.

“Mis padres tenían un negocio, tipo almacén, que después lo cerraron cuando me tocó hacer el servicio militar. También teníamos frutales, viñas y plantábamos tomates, verduras. Cuando ya me hice más grande, también empecé con la actividad de la verdura y llevaba a la feria de la ciudad de San Rafael” expresó luego el hombre.

Cumplió con el servicio militar obligatorio en el regimiento de Cuadro Nacional San Rafael, donde luego de la instrucción militar correspondiente pasó a desempeñarse como chofer del segundo jefe de esa unidad.

Juan está casado con Florentina Lucato, nacida en el distrito de Rama Caída, en San Rafael, el 16 de noviembre de 1938. Hija de Palmira Fioccetti y Silvio Lucato, matrimonio que además de ella tuvo otros cuatro hijos: Noé, Odila, Marta y Dora. Los Lucato, como los Giménez, se dedicaban a la agricultura y fruticultura.

La mujer hasta cuatro grado concurrió a la escuela del distrito de Rama Caída, para luego pasar a la Villanueva de la ciudad de San Rafael. Estudió magisterio en la escuela Norma del vecino departamento. A los 18 años se recibió de maestra normal nacional. Tras obtener su título y realizar algunas suplencias titularizó en la escuela de Los claveles, la misma a la que había concurrido quien luego sería su esposo.

“De la casa de mis padres a la escuela iba en una motoneta, que en esa época estaban de moda”, comentó Florentina.

En el establecimiento educativo donde tomó titularidad se desempeñó durante 30 años, hasta el momento que se jubiló.

Florentina y Juan se conocieron cuando ella comenzó a ejercer la docencia en la escuela de Los claveles. Tras un año de noviazgo se casaron y ya llevan 58 años juntos. Tienen dos hijos: Darío y Gerardo, casados con María Alejandra Mañas y Gisela Ferreyra, respectivamente, quienes les han dado cuatro nietos: Diego, Maricel, Mauricio y Matías y una bisnieta (hija de Matías), Jazmín Lucía, que tiene cinco años.

“La agricultura es una actividad muy linda, sacrificada. Depende mucho de las inclemencias del tiempo, las heladas, el granizo y también de los precios que fijan las fábricas o las bodegas. Un año, por ejemplo, el durazno tiene un buen precio, se hace una diferencia, pero al siguiente no tiene precio y conviene más dejarlo en la planta que cosecharlo. Lo mismo pasa con la cebolla o las verduras. Nosotros llevábamos verdura para vender en la feria. Ese es un trabajo que implica levantarse temprano porque a las 06:00 ya se abren las puertas. Antes de que estuviera la feria de Comerco, en la calle Italia, había una en el centro de San Rafael, donde ahora tiene la playa de secuestros de vehículos de la policía. Nosotros llegábamos con el camión y a veces vendíamos a los camiones que ya estaban a fuera y eran de otras provincias”, relató don Juan.

A principios de la década de 1980, en una época donde la actividad agrícola decayó, comenzó a traer ladrillos a nuestra ciudad en un camión Ford 1956, que todavía conserva. Eran tiempos donde el auge de la construcción en Malargüe iba de la mano de una intensa actividad petrolera. Además funcionaban a pleno industrias derivadas de la minería como la Comisión Nacional de Energía Atómica que procesaba el uranio e Industrias Siderúrgicas Grassi.

El relacionarse con los vecinos del departamento hizo que le fueran encargando postes, pastos, leña y cereales. Así poco a poco incrementó los viajes desde San Rafael y surgiera la posibilidad de establecerse en nuestra ciudad.

“Al principio me ponía con el camión en la calle, frente a Vialidad provincial a ofrecer los ladrillos. Después la municipalidad nos pidió que nos colocáramos en la calle 4ta. División, frente al bar y hospedaje de la familia de José Rivero, que estaba en la esquina de esa calle y la Av. San Martín, donde ahora se ubica la estación de servicio. Cuando la gente me empezó a conocer me iba pidiendo que le trajera no solo ladrillos sino también otras cosas. Así empecé a traer de todo, por lo que decidimos invertir en una propiedad para establecernos con mi señora y mis hijos” expresó el hombre al repasar sus primeros años en suelo malargüino.

Giménez adquirió un lote baldío en calle Esquivel Aldao casi Fortín Malal Hue, edificó un salón comercial y su vivienda, la misma que hoy habita. Allí instaló su primer corralón y autoservicio, Tiempo después tuvo la posibilidad de comprar una propiedad junto a la suya donde levantó el actual autoservicio.

“Empezamos con unas poquitas bolsas en el piso y a medida que la gente nos fue conociendo pudimos tener un mayor surtido. Hemos tenido la suerte que todo lo hacemos con los hijos y eso ha sido importante. Nosotros estamos mucho tiempo juntos con la familia por el trabajo, vivimos cerquita unos de otros. Nos llevamos muy bien. Con el tiempo hemos ido organizándonos, se han cometido como todo errores, pero de eso también se aprende” expresó la mujer que un día dejó atrás el guardapolvo y su portafolios de maestra para ingresar al mundo del comercio familiar.

Don Juan y su esposa, hasta el momento que se decretó el aislamiento social, preventivo, sanitario y obligatorio, además de colaborar en el negocio, se encargaban de realizar reparto de mercaderías en El Sosneado y Los Parlamentos. Luego seguían viaje a San Rafael donde al otro día tomaban contacto con proveedores, cargaban diferentes productos y regresaban aquí los días sábados.

“Esto de estar encerrados es difícil porque estamos acostumbrados a estar en movimiento. Extrañamos hacer el reparto, el ir y venir a San Rafael pero sabemos que tenemos que cuidarnos porque a nuestra edad no nos queda otra (risas)” dijo don Juan mientras la conversación fue llegando al final.