Las elecciones nacionales “primarias”, del domingo 13 de agosto de 2023 en Argentina, tienen muchos significados, pero hay uno que sería el más profundo y que nadie menciona, que es que los personajes a todo color que muestran boletas de votación, afiches y spots publicitarios son simples estrellas con rating en lugar de profesionales de la política.

Los argentinos hemos asistido a una cartelería de candidatos seleccionados absolutamente a dedo, bendecidos por tener el favor casual del que está más arriba en la pequeña “mesa chica” o, simplemente, por ser estrella pop o tener relación de hijo, hermano, sobrino, esposo, etc de alguno de la lista o de los de más arriba.

El militante de base, de cualquier partido, solo está para creer que un día él estará allí o que, en su inocencia, está defendiendo la gran idea que él o la líder dice enarbolar.

¿Pero cómo es que pasamos de tener profesionales de la política a tan solo disponer de tortillas que cambian de relleno?

La “bolsa de fichas de afiliación” era el Poder que encumbraba al político de más abajo, al del barrio. El conjunto de esos “poseedores de afiliaciones”, provenientes de unidades básicas, comités, ateneos o como cada movimiento político los denominara, eran los que daban soporte al que les seguía “hacia arriba”.

Tal o cual partido, aunque no tuviera tradición democrática, al menos para llegar deberían pelear “empujándose” desde abajo con alianzas y cartera de afiliados para “jetonear” el derecho a hablar.

Si bien los golpes de estado y los retornos democráticos a las apuradas ya venían desgastando aquel cuerpo político, pues a cada apertura democrática se agarraba de la cartelería a los ilustres del tramo democrático anterior, “porque no había tiempo de andar armando elecciones internas y todo eso”, lo que realmente rompió el esquema fue el pase mágico de Menem cuando comenzó a nombrar en candidaturas políticas y en cargos ministeriales a estrellas de la música, campeones de automovilismo y deportistas en general.

Con el menemato comenzó a desarmarse el soporte de las bases, y no solo en los partidos políticos, sino también en otras organizaciones que requieren de una buena democracia para funcionar para lo que fueron fundadas, pero en 2001 comenzó a pasar algo que quizá pocos vivimos lateralmente dentro de espacios políticos: Las asambleas barriales que se habían conformado después de la pueblada de diciembre de 2001, comenzaron a ser infiltradas desde varios espacios para que de desarticular por aburrimiento.

En 2003 la maravilla de 20 20 20 20 20 (Ningún sector logró más de 20% de los votos) se desvaneció silenciosamente en 2005, cuando el poderoso a cargo pasó de la transversalidad de tomar en cuenta a todos, a decir que el que no estaba con él, estaba en contra de él: La bendición pasó a ser la única condición para ser candidato a concejal en el pueblo más pequeño del País, o senador nacional de la provincia más habitada.

Absolutamente todos los amontonamientos con título de movimiento de ese instante pasaron a hacer exactamente lo mismo.

¿Cuántos empujaron desde abajo para decidir en cada una de las listas de las PASO de Argentina en 2013? Absolutamente nadie. Todos los que empujaban algún sueño, recibieron una llamada días antes del cierre de listas y los candidatos fueron los decididos por cada aristócrata porteño o de alguna capital.

Llevamos varios años de elegir gente que grita desaforadamente e insulta con bajeza de cloaca, así que no debería ser caso diferente el de la elección del domingo.

Todo esto tiene solución, y es que en cada barrio, en cada grupo se rearmen las unidades  básicas, los ateneos, los comités, las comisiones laborales, los consejos de administración de cooperativas, las comisiones directivas de organizaciones y cada BASE elijan, a cara de perro y democráticamente a quien o quienes quieren como directivos.

Eso sí que será aterrorizante para quienes jamás fueron de base ni de barrio y, de pronto, por ser hijo, esposo, estrella o poderoso económico, pasaron a ser parte de la Aristocracia politiquera.

Por Jorge de Mendonça, ciudadano, de Bahía Blanca, Buenos Aires.

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