Por Gustavo Cairo. Presidente del Bloque del Pro. H. Cámara de Diputados de Mendoza
Nuestro país no nació en la prosperidad. Desde 1810, las guerras exteriores y sobre todo la larga y cruenta lucha interna entre provincianos y porteños por la posesión de la aduana, mantenían al país en la pobreza. Muy lejos de ser el granero del mundo, Argentina importaba trigo y su producción ganadera era pobre y limitada.
Siguiendo las ideas de Alberdi desde el dictado de la Constitución Nacional de 1853 y con el timón firme liderado por estadistas como Roca, Avellaneda y Sarmiento, el país logró en 1895 tener el PBI per cápita más alto del mundo. Hasta la primera guerra mundial la renta per cápita de Argentina era igual a la de Estados Unidos. Los salarios reales eran similares a los del país del norte y superiores a los de todos los países europeos.
Este “milagro” se logró siguiendo durante varias décadas una serie de reglas: seguridad jurídica, respeto a la propiedad privada, responsabilidad en el manejo de las cuentas públicas y una política de desarrollo económico con apertura inteligente al mundo.
En las décadas siguientes y hasta la segunda guerra mundial, el país se mantuvo entre las diez economías más importantes del mundo y el tamaño de la economía argentina era el 50% de todo el PBI de América Latina, con México y Brasil incluidos por supuesto.

¿Qué pasó entonces? Desde el golpe de 1943, consolidado por las elecciones de 1945 llegó un gobierno populista que nos sacó de ese círculo virtuoso, haciendo todo lo contrario de lo que nos había llevado a ser el paraíso de inmigrantes de todo el mundo. Cambió la apertura económica orientada al ingreso de dólares vía exportaciones, por una economía cerrada. Trocó la tradición de seguridad jurídica, cambiando por primera vez en la historia la Corte Suprema de Justicia, con la destitución a todos sus miembros para poner jueces adictos, además de romper con la tradición de respeto a los mandatos constitucionales sin reelección, sancionando sin las mayorías necesarias en 1949, una nueva constitución, que incluía la reelección indefinida de presidente. Mutó el respeto a la prensa independiente por la confiscación de diarios independientes, como La Prensa que quitó a sus dueños para entregarlo a la CGT o imponiendo la insoportable propaganda masiva en cines, escuelas y radios. Sustituyó la libertad económica por la intervención nociva del estado en la economía, creando el IAPI, que hizo derrumbar la producción agropecuaria argentina. Canjeó la integración inteligente a la economía mundial por alianzas impresentables, peleándose con todos los países que habían ganado la segunda guerra mundial, que conducían el nuevo orden internacional, para cobijar criminales de guerra nazis y aislarnos del mundo.

Si sólo esos hubiesen sido los daños, sin dudas los habríamos superado. Ese gobierno inspirado en la Italia de Mussolini nos dejó algo mucho peor: una profunda crisis de valores políticos y culturales, una inestabilidad institucional enorme y el orgullo de sostener una política anticapitalista: “combatiendo el capital” gritan con orgullo alborozados sus seguidores cuando entonan su marcha insigne. Y al compás de estos versos sus dirigentes no han dejado de repetir los mismos errores. ¿Qué otra cosa es el intento de intervenir Vicentín sino la nostalgia del IAPI? ¿Qué es la pretendida reforma de la justicia sino seguir la tradición de cambiar la Corte para tener una justicia adicta iniciada por Perón y seguida por Menem? ¿Qué es el combate contra la mayor multinacional argentina, Mercado Libre; la prohibición durante “la década ganada” de la exportación de carne y trigo, nuestros productos emblema, con pérdida de mercados en todo el mundo o el embate contra Latam y Norwegian, que dejaron el país, o contra las pasteras que terminaron por radicarse en Uruguay (generando en el país vecino una próspera industria papelera y forestal), sino la continuación de las políticas antimercado, que se iniciaron en 1943? ¿Qué es el sindicalismo de multimillonarios, que genera pobreza e inestabilidad institucional, sino un resabio empeorado de la Carta del lavoro que impuso el peronismo, inspirado en el corporativismo de “il Duce”?
Argentina tendrá un futuro promisorio cuando empiece a dejar de lado las marchitas y las políticas neofascistas y vuelva a las ideas que la hicieron increíblemente próspera. Cuando vuelva a crear las condiciones para atraer y reproducir el capital y no se enorgullezca de “combatirlo”, como con todo éxito han realizado los compañeros en estas décadas, creando sistemáticamente pobreza, en un país con condiciones de ser, como lo fue, una potencia económica y cultural.

