martes, octubre 7, 2025
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EL SILENCIO DEL GENERAL SAN MARTIN

Prof. Carolina Peña-Miembro Asociación cultural sanmartiniana de Malargüe. Artículo especial al cumplirse 170 años del fallecimiento de Gral. José de San Martín.

                                Me complace honradamente volver a sentarme a tratar un tema semejante a este: la personalidad del General San Martín, abarcar el hombre representativo de alta orientación que debe seguir el pueblo argentino en su proceso de formación definitiva. Porque, así como los cuerpos errantes de la bóveda astral, según la opinión de un poeta, siguen la atracción de un sol lejano, así los pueblos parecen debieran conducirse por la luz de una estrella espiritual perdida en el infinito, como representar la eternidad del viaje de la vida. Los pueblos, como los fragmentos del mundo astral, necesitan estos guías supremos sin los cuales no habría voz de mando, ni dianas, ni tambor, ni signo alguno de llamadas a las huestes humanas a mantener la unidad de la marcha.

                San Martín, como figura política y militar, poseía un elemento humanitario, místico, abstracto al tratar de fundar un ideal de civilización ético. Ese ideal de la Independencia sobre la unión, de la libertad y del propio gobierno de los pueblos que auxilio su espada y su genio.

                Estudiándolo en la complejidad de su persona y de su acción pública, se encuentra en el tipo del militar civil, es decir, del ciudadano, del hombre social y del místico, por el campo de las ideas filosóficas nuevas y auspiciosas de la cultura moderna.

                San Martín era místico. Esto significa en el moderno sentido de la palabra, atribuirle la tendencia a la concentración de la vida en una idea que esté cerca de llegar a la idea suprema. San Martín es el místico político, porque su ideal fue la única llama que lo guió en su vida.

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                Por comparación, se puede comprobar esta cualidad en el encuentro con Bolívar.

Según todos los escritores, mas posesionados de la tradición literaria o literario – histórica, que de la realidad de las cosas. Porque es curioso como la rutina domina en este género de estudios, hace que se califique a los hombres por el carácter que la epopeya, el arte y la poesía han inmortalizado en otros personajes, y no en la observación directa y compleja del que estudian, para ver qué elementos originales o diferenciales ofrece la crítica definitiva de la Historia. San Martín no se parece a ningún personaje de epopeya, porque, en primer lugar, como militar dio el menor número de batallas posibles, de tal manera que el orador popular no puede decir: “el héroe de cien batallas” … porque en realidad, no fueron más de tres las batallas fundamentales que dio todas sus campañas de América, y con ellas liberto tres naciones.

                No era el arte de matar el que cultivaba San Martín cuando aplicaba sus tácticas; era el arte de dar vida a los pueblos, de eliminar dificultades y sacrificios estériles, era el arte más bien, de reservas energías para su acción futura. Mientras que el otro criterio, el heroico y tremendo, consiste en acumular en él créditos de gloria de un gran capitán o conductor de hombres, la inmolación del mayor número de vidas humanas. Se dice que Napoleón sacrificó más de un millón de hombres. En consecuencia, fue un gran capitán. No necesitaba, en realidad, esa terrible prueba de su genio militar y político, para seguir mereciendo la gloria de la humanidad le ha discernido.

                Los apasionados de Bolívar en el gran duelo personal que tiene como núcleo la entrevista de Guayaquil, toman como motivo de sus alabanzas y endiosamiento, el hecho de haber conducido a la matanza un enorme número de hombres, costado millares de vidas y ganado “centenares de batallas”. No es que se quiera edificar un monumento más grande a San Martín con los ladrillos de Bolívar, ni viceversa, pero sí que cada uno conserve o recobre su verdadera grandeza de acuerdo a los juicios históricos.

el fortín 14

                San Martín fue el menos militarista de los militares. Y el espíritu intermitente y parcial de Alberdi en “Crímenes de la Guerra”, ha confundido la figura de San Martín entre las de todos los caudillos sudamericanos de que habla en sus comentarios. Juzga a San Martín como uno de tantos militares de los que profesaron el culto del sable sin ideal político alguno. Este es un error de Alberdi, no poder investigar a San Martín desde afuera de las pasiones de su tiempo.

                San Martín, leído en sus cartas y papeles, y desde su acción pública, no aparece en ningún caso como militarista. Puede decirse que era el tipo perfecto del soldado de la constitución antes de la constitución. Era un militar civil, era un soldado –ciudadano, y la prueba está en sus batallas y sus grandes combinaciones estratégicas y tácticas, las hacía para evitar la efusión inútil de sangre, dando el golpe material de la victoria en el punto preciso. Impidiendo así que los pueblos quedaran deshechos e inutilizados para la reconstrucción, aun cuando saliesen triunfantes.

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                San Martín sacó ilesas a las naciones por las cuales combatió, sin agregar un tronco más a la hoguera de los odios generadores de sus futuras tiranías y guerras civiles, que retardaron tanto su definitiva organización democrática. Su prescindencia en la Argentina, Chile y Perú, las luchas de partidos, al contrario del juicio de Alberdi, López y otros críticos argentinos, ha sido peso considerable. Bryce, en su libro sobre Sudamérica, sin referirse en términos expresos a la acción militar de San Martín, agrupa en un nivel superior de desarrollo a las naciones colocadas en la zona de acción de su espada libertadora. Eso no se puede evitar: son resultados incontrastables. Las naciones que han surgido de la acción política y militar de San Martín (reconociendo errores), se encuentran en un desarrollo superior a aquellas que se desprendieron de la acción de Bolívar, y esto se debe a la gran influencia personal de sus caudillos. Aludo aquí el juicio del historiador chileno Vicuña Mackenna, donde dice “ningún actor puede salir triunfante de la escena cuando no ha sabido retirarse a tiempo de ella. Y hay todo un drama en el momento en que el actor debe desaparecer de la vida del público; y si no lo hace, la sala unánime lo obliga a abandonar el tablado.

                Bolívar se dejó dominar por los dictados de su ambición y no en la misma medida por las inspiraciones de su ideal, a pesar de que el propósito era, desde luego, el mismo de San Martín, la independencia de América. Tenía una gran ambición de gloria, de poderío y de dominación. Y así le dejo a San Martín la gloria inmarcesible, no superada en la historia humana, de llegar al heroísmo supremo de la abnegación, de tal manera que ha llegado a legar a su país y el mundo un tipo de moral de altas virtudes, que será cada día más grande.

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                San Martín tuvo, pues señores, la más alta visión, porque era puro de espíritu. Y supo retirarse de la escena en el momento supremo de su acción, no solo para labrar la inmortalidad ideal de su figura histórica, sino para legar a su país la escuela y la doctrina más grandiosas que pueda ostentar pueblo alguno de la tierra. Ejecutó su designio, con audacia avasalladora, tenacidad de propósitos, dominio sobre los hombres, talento organizador y abnegación personal. Venció obstáculos insuperables, consumó uno de los grandes movimientos políticos y militares de la historia, y gobernó en Lima, como fundador de la libertad del Perú.

                Bolívar había conducido con éxito la revolución en Venezuela y Colombia, y la unión de las fuerzas patriotas del norte y sur parecía que debía completar la extirpación del poder español en el continente meridional.

                San Martín no podía ver a Bolívar como un rival, porque no cooperarían ambos, y que la continuación de ambos comandos entrañaría la lucha por el predominio personal de los dos jefes, esto es, la perdida de la causa patriótica. Entonces San Martín dio su ejemplo de sacrificio personal más admirable que sus victorias y estrategias. Para que un ejército patriota unido pudiese oponerse a las fuerzas españolas, se eliminó a sí mismo, declino su mando, sus títulos, su dignidad y poder. Y abandono la escena de sus hazañas para no volver jamás.

                Envió a Bolívar sus pistolas y su caballo de guerra, con esta carta: “Reciba, general, este recuerdo del primero de sus admiradores, con la expresión de mi sincero deseo que usted pueda tener gloria de concluir la guerra por la independencia de América. 

                ¿Renunciación? Con el deber de aclarar esa palabra, que no significa el abandono de las fuerzas de la vida, un rendimiento a la acción ajena o a la fatalidad. Rabindranath Tagore, ha definido esta palabra así: “La renunciación es la más profunda realidad del alma humana. Cuando el hombre llega a decir de alguna cosa – no la necesito porque estoy más arriba que ella -, da existencia a la más excelsa verdad que reside en su espíritu.

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El Gral. San Martín en el exilio.

                El designio de San Martín se valora desde su silencio en el exilio por tres aspectos importantes:

  • La independencia de América con relación a España y a Europa, es decir el espíritu de la declaración del 9 de julio de 1816, que él desde Mendoza empeñosamente trataba de arrancar. Pedía una declaración democrática, pacífica y viril, que fuese voluntad del pueblo argentino.
  • La libre y propia decisión de los Estados sudamericanos sobre sus propios destinos políticos – gubernativos. El solo hecho de sancionado por su renuncia al gobierno del Perú, con aquella inmortal frase “de que la presencia de un militar afortunado es un peligro para las democracias sudamericanas”, porque eso quiere decir democracia: el gobierno del pueblo. Y San Martin quiso que cada país se diera el gobierno que quisiera dentro de su propio concepto de libertad y de su destino.
  • Borrar por la educación y la acción política, los odios mortales y la tendencia a perpetuar las luchas intestinas, que consideraba una reacción contra la idea de la independencia. Quiso extirpar del seno del pueblo argentino el espíritu del odio, que nació desde el primer movimiento emancipador y que domina en nuestra historia, siendo la causa verdadera y única de todas las desgracias nacionales, y de los retrocesos sufridos en la marcha progresiva que hemos debido seguir.

Pretender destruir la personalidad humana, es destruir todo el derecho humano, y pretender destruir la personalidad individual de las naciones, es destruir la trama en que teje la vida colectiva del mundo. Porque ningún hombre debe servir a otros, ninguna nación debe servir a otra nación, ya que todos los hombres y todas las naciones son iguales entre sí.

PUBLI 5 AGOSTO 2020
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