
“Lo que más me gusta del ajedrez es que cuando estás en una partida, no pensás en nada más. Sos vos y tu cabeza contra 64 casillas”.

Daniela Zagal tiene 18 años, está en el último año de la escuela James Watson Cronin y encontró en el ajedrez una pasión que va mucho más allá de un simple juego. Hace poco, durante la Semana del Estudiante, recibió el reconocimiento como Mejor Dama del torneo de ajedrez, una distinción que, aunque no esperaba, la llenó de emoción y orgullo.
“Recibir el reconocimiento significó algo muy lindo para mí. Sinceramente no iba con ideas de competir ni mucho menos de ganar algo, simplemente quería pasar un grato momento con otras personas que tienen el mismo interés que yo en el ajedrez y haber obtenido ese reconocimiento fue una grata sorpresa”, me contó con una sonrisa tímida, pero con la seguridad de quien sabe lo que implica cada partida.
La experiencia, recuerda, fue tan desafiante como disfrutable: “En el torneo había un ambiente muy lindo. No hubo peleas ni faltas de respeto. Lo que sí, personalmente viví esta experiencia con muchos nervios, había un nivel muy bueno, chicos que juegan hace años y eso te pone un poco nerviosa, pero a pesar de eso, lo disfruté un montón”.

Lo sorprendente es que ella no esperaba este resultado. Fue con la idea de jugar, de medirse a sí misma y compartir una tarde diferente, pero terminó siendo reconocida. “Ver que habían chicos que jugaban en club hace tanto, uno ni piensa en un buen resultado, sino simplemente intentar dar batalla. Así que fue un resultado que me sorprendió”.
Su historia con el ajedrez empezó en 2021, inspirada por su abuelo. “De chica me llamaba mucho la atención el tablero. Y como en ese momento estábamos en pandemia y tenía tiempo libre, decidí darle por fin una oportunidad de aprenderlo”. Desde entonces, el ajedrez se volvió parte de su día a día: juega alrededor de ocho partidas online diarias, que suelen extenderse durante horas y acompañar sus momentos libres.
Dani habla del ajedrez con una pasión que contagia. “Lo que más me gusta del juego es que cuando estás en una partida, no pensás en nada más. Sos vos y tu cabeza contra 64 casillas. Hay más partidas de ajedrez posibles que átomos en el universo observable, así que necesitas una atención completa y da muchos nervios pensar en todo eso, pero cuando encontrás una jugada que te va a dar algún tipo de beneficio, los nervios disminuyen y te da una felicidad increíble”.

Entre sus piezas favoritas, elige al caballo, con el mismo entusiasmo con el que otra persona hablaría de un amigo especial. “Es una pieza única, con movimientos muy distintos al resto y aunque no vale tanto, bien ubicado es muy fuerte”.
No sigue de cerca a muchos referentes, pero reconoce en Bobby Fischer una figura que le genera admiración y curiosidad. Investigó sobre su vida y su legado, pero también sobre sus problemas de salud mental. “Es interesante cómo su mente fue lo que lo llevó a lo más alto y después a caer y terminar irreconocible”.
Daniela reflexiona con madurez sobre lo que el ajedrez le enseña: “Una derrota no es algo malo. Personalmente, las partidas que pierdo son las que más recuerdo. Y eso me re sirve porque ahí uno después las memoriza y las analiza jugada por jugada y aprendés un montón de tu oponente y de vos mismo. Entonces te sirve para mejorar. Y eso me es útil en la vida diaria también para aceptar de mejor manera cuando algo no sale como estaba planeado ya que sé que me puede dar algún tipo de enseñanza para seguir mejorando día a día”.

Su manera de relatar las partidas deja ver esa mezcla de disciplina y pasión que la definen. Habla de la final del torneo como si volviera a jugarla en ese mismo momento. Recuerda cada movimiento, cada error inicial, la angustia de haber perdido piezas importantes demasiado rápido, pero también la calma para pensar a futuro y la satisfacción de dar vuelta la partida con una estrategia arriesgada. “Para mí fue clave esa partida porque me enseñó a ser perseverante y a no caer en la locura cuando el reloj marcaba tan pocos segundos y yo aún no encontraba cómo terminar la partida”.
Hoy, para ella, el ajedrez es un espacio de crecimiento personal. Piensa en el futuro con entusiasmo y apertura: “Si se presenta la oportunidad iría a otro torneo más, es entretenido”. Y no duda en aconsejar a otros jóvenes: “Que empiecen de a poquito. El ajedrez es un juego que requiere de mucho estudio y por ahí puede parecer abrumador. Pero que empiecen de una apertura a la vez y practiquen mucho. Y que no cambien un alfil por un caballo a menos que les traiga algún beneficio”.

Más allá de los torneos y los premios, Daniela siente que el ajedrez es una herramienta poderosa para los jóvenes. “El ajedrez les aporta mucho a los jóvenes ya que lleva la mente al límite y te activa un montón la capacidad de pensar y resolver problemas”.
Escucharla hablar es entender que su pasión no es pasajera: el ajedrez no solo le da disciplina, paciencia y estrategia, también le da identidad. En cada partida, Daniela Zagal no solo mueve piezas sobre un tablero: también mueve las piezas de su propio futuro.

