
En el día nacional de la danza nos dice Julieta “Cada vez que veo bailar a una alumna mía, siento que estoy bailando yo».

Hay personas que nacen con una vocación tan clara que parece escrita en el cuerpo. Así me pasó con Julieta Ybañez, profesora, bailarina y formadora malargüina que desde muy chica supo que su destino iba a tener música, puntas y escenarios. En cada palabra se le nota el brillo de quien vive agradecida por haber podido transformar una pasión en su forma de vida.
Cuando comenzamos la charla, lo primero que me dijo fue un sincero agradecimiento. “Para mí es muy valioso poder promocionar mi trabajo, poder mostrar lo que hago. Todo ha sido a pulmón, soy una emprendedora como cualquier otra”, me contó con esa humildad que la caracteriza.
Su historia con la danza empezó a los ocho años, casi por casualidad. “Mi mamá me dijo que tenía que inscribirme en alguna actividad. Me dio a elegir entre inglés o danza. Y yo, sin dudar, le dije que quería bailar”. Aquella niña curiosa buscó en una vieja computadora qué era el ballet, y cuando vio por primera vez el clásico Giselle en Wikipedia, se enamoró perdidamente. “Desde ese momento supe que eso era lo mío. Fui a mi primera clase y nunca más dejé de bailar.”



Julieta comenzó su formación con Débora Bernal, en el Instituto Isadora, donde aprendió los fundamentos del ballet. Luego continuó en San Rafael con Mirta Frizz, y más adelante con la maestra Eliana Di Marco, del Ballet de la Universidad Nacional de Cuyo, a quien reconoce como una gran referente y madrina de su estudio. “A ella le debo muchísimo. Lo que soy y lo que es mi estudio tienen mucho de sus enseñanzas.”
Su carrera de formación nunca se detuvo. A los 13 años fue becada por la Fundación Julio Bocca, donde tuvo la oportunidad de tomar clases con maestros nacionales e internacionales de altísimo nivel. “Fue una experiencia increíble, conocí muchos lugares de la Argentina gracias a la danza y a las capacitaciones que hice. Siempre intenté seguirme formando, absorber lo que cada maestro tenía para enseñarme.”

Entre una etapa y otra, Julieta también encontró tiempo para estudiar otra de sus pasiones: la comunicación. Es técnica en Comunicación Social, una carrera que ejerció durante poco tiempo. Pero, como ella misma dice, “me di cuenta de que me seguía faltando algo… y ese algo era la danza”. Así, tomó una decisión que marcaría su vida: dejar su profesión y dedicarse por completo a su vocación. “Ahí fue cuando decidí ir por todo con la danza. Y nació el estudio que hoy conocemos.”
En su relato se mezclan los recuerdos de una infancia con menos recursos y menos acceso a la información. “Cuando yo empecé no había redes, ni YouTube, ni Spotify. No teníamos tantas posibilidades. Cada tanto íbamos a ver algún espectáculo si venía alguien a Mendoza. Hoy, en cambio, la danza creció muchísimo: hay academias, maestros, y los papás apoyan mucho más.”
Julieta también me contó que, aunque no llegó a formar parte de una compañía profesional, sí participó en competencias y festivales dentro y fuera de Malargüe. “Bailé hasta que tuve a mi hija. Ella tiene siete años y hasta el último día antes de nacer yo seguía en el escenario.” La maternidad marcó un antes y un después. Fue entonces cuando, con el apoyo de sus padres, levantó las paredes del sueño más grande de su vida: su propio estudio de danza.

“Mis papás me regalaron mi primer estudio, el actual. Ellos construyeron todo con mucho esfuerzo. Empecé el 6 de mayo de 2019, con poquitas alumnas, y para fin de año ya tenía veinte. Hoy somos casi noventa.” En medio de una pandemia, con clases virtuales y mucha perseverancia, el Julieta Ybañez Estudio de Ballet fue creciendo paso a paso, hasta convertirse en un espacio de referencia en la ciudad.

Mientras hablaba, su tono cambiaba al mencionar a sus alumnas. Se le llenaba la voz de emoción. “Cada vez que veo bailar una alumna mía, siento que estoy bailando yo. Si está nerviosa, estoy nerviosa con ella. Disfruto de ver cómo aplican lo que les enseño. Soy muy generosa con mis conocimientos, nunca me guardo nada.”
En un momento, mientras hablábamos del Día Internacional de la Danza, que se celebra el 10 de octubre, le pregunté qué la impulsa a seguir después de tantos años de trabajo. Su respuesta fue inmediata y sincera:

“Lo que me inspira cada día es la carita de mis alumnas. Gracias a ellas el estudio funciona. Ver cómo se apasionan, cómo confían en mi trabajo, me emociona. La danza les enseña disciplina, pero también valores para la vida: la amistad, el compañerismo, la perseverancia. Eso es lo que me levanta cada día con ganas de seguir.”


Este año, Julieta vive un logro muy especial: sus dos primeras egresadas, Sofía Mancilla y Sabrina López. “Las conozco desde que eran chiquitas. Las vi crecer, formarse. Son excelentes bailarinas y mejores personas. Están completamente capacitadas para enseñar.” Ese resultado, me dice, es lo que más la enorgullece.
Su estudio no solo enseña técnica, sino también valores. “Siempre transmito que la perseverancia le gana al talento. No se trata de competir con el otro, sino de superarse uno mismo. Quiero que mis alumnas sean profesionales excelentes, pero sobre todo, buenas personas.”


Hacia el futuro, se imagina duplicando su matrícula y formando un equipo cada vez más grande. Hoy trabaja junto a Débora Araujo, Gisela Farina y Ayelén Miranda, quienes aportan danza contemporánea, francés y acompañamiento pedagógico. “Rechazo muchas niñas porque no me dan los tiempos, pero mi sueño es poder recibirlas a todas. Quiero que cada una encuentre en la danza un espacio de contención y crecimiento.”



Escucharla fue como asistir a una clase de ballet sin música, pero con una melodía invisible que brotaba de sus palabras: la música del amor por lo que se hace. Julieta Ybañez vive para la danza, y la danza —sin duda— vive en ella.


