
El autor recuerda los antecedentes de la frustrada planta de tratamiento de líquidos cloacales en Malargüe, firmada durante la gestión del exministro Julio De Vido, y repasa las irregularidades que marcaron aquel proyecto que nunca se concretó.

Por: Gabriel Ferrero – Opinión para Diario Ser y Hacer
Hace unos días pude escuchar a un intendente municipal muy ofuscado y buscando culpables ante la nunca construida planta de residuos de líquidos urbanos que firmara con el multiprocesado exministro Julio De Vido.
La verdad que, habiendo sido uno de los que en aquel momento opuso resistencia, me sentí directamente aludido cuando el mandatario dijo que dirigentes políticos y vecinos de Malargüe habían sido los responsables por su oposición a que la misma se construyera. La aseveración me dejó tácitamente expuesto, sin que se mencionara mi nombre, aunque en aquel momento fui uno de los que me puse a la cabeza de la lucha.
Nosotros no nos oponíamos a la radicación de la planta en términos generales; por supuesto que la considerábamos una necesidad, como hoy. Lo que se perseguía era que se diera cumplimiento al convenio firmado con la Nación.

Nos oponíamos a un negocio político o comercial, nunca lo sabré, entre Celso Jaque y José Barros, para esta construcción en un caprichoso lugar, inconveniente ante toda lógica de ingeniería básica y solo adecuada a un megaproyecto agrícola que aspiraba a hacer José Barro, pretendiendo enganchar el uso de las aguas servidas procedentes de una futura planta. Ustedes saben que las aguas servidas no se pagan; es un producto que a Barro le salía gratis.
El negocio era redondo: utilizar esas aguas servidas a costo cero en un emprendimiento rural «les cerraba por todos lados», pero no respondía a los intereses del malargüino común y sus necesidades más básicas. Caprichosamente, se había elegido una parcela al oeste del barrio Virgen de los Vientos y en contrapendiente al desnivel con la ciudad de Malargüe. Imaginen ustedes qué contralógica.
La diferencia de altura entre nuestros barrios más bajos del este, como por ejemplo el barrio El Payén, y esta planta del oeste —casi en el pedemonte de los campos de la Cañada Colorada— superaba los 15 metros de diferencia. Es de imaginar que, al solo fin de cumplir un capricho, este proyecto demandaba una sobreinversión millonaria que debía incluir un sofisticado sistema de bombeo que permitiera literalmente subir los líquidos cloacales desde la ciudad 15 metros hacia arriba, hasta donde se radicaría la planta.

Era imaginable que, ante cualquier falla en aquel bombeo, las casas de la ciudad se verían convertidas —en sus lavamanos, inodoros y baches— en vistosas fuentes por donde fluirían los efluentes cloacales, solo por una cuestión gravitacional.
Fueron los propios vecinos del barrio Virgen de los Vientos quienes se opusieron y generaron que no se les ubicara en medio del barrio ese aborto de la ingeniería. Ese periodo se caracterizó por un sin número de irregularidades de todo tipo, que los más memoriosos recordarán.
El planteo de los vecinos nunca fue que no se construyera la planta, pero sí que se diera un fin lícito a los fondos de la Nación. Solo se pedía que dicha construcción siguiera los preceptos más básicos de la física, donde los líquidos siempre escurren hacia abajo. Nosotros pregonábamos que la construcción fuera en una zona como la que, muchos años después, se usó: la segunda planta cloacal, también trunca, que tampoco se terminó, ubicada hoy en la zona este de la Ruta 40 Norte.

Porque allí sí las pendientes permitían que la planta de cloacas ajustara la lógica más básica. Las circunstancias poco claras alrededor del «proyecto de cloacas con fondos de De Vido», por darle algún nombre, fue un engendro en toda su ejecución.
Así fue que la cañería, niveles y demás cuestiones técnicas que se utilizaron en los tramos de redes cloacales que se alcanzaron a enterrar sobre los barrios del oeste de la ciudad, serán una bomba de tiempo el día que se pretenda ponerlos en funcionamiento ante una futura construcción de una planta de tratamiento. Por ejemplo, la cañería utilizada fue de mucho menos calibre que la licitada oportunamente, lo que generaba una diferencia en dinero descomunal.
El actual mandatario, lejos de reconsiderar el lugar físico para la construcción de nuestra tan necesaria planta de cloacas, optó por no hacerla en ningún lado, propio de su estilo personal de “se hace como yo digo o no se hace”, no se hizo. Así, nunca se supo qué fue de la millonaria cifra destinada a ese fin y procedente del gobierno nacional. Obviamente, no se hizo ni allí ni en ningún lado.
José Barros, por muchos años y hasta que se le desadjudicaron las tierras, contó con nada menos que 200 hectáreas de forma gratuita, pegadas a donde se iba a hacer este proyecto tan particular.
Esas tierras perdieron sentido cuando se les cayó el negocio de construir el complejo cloacal al lado de las tierras que adjudicara Jaque, para generar negocios de amigos, muy rentables y de bajo costo para el inversor, porque, como siempre, la plata y los recursos los ponía la municipalidad.
Es muy triste cuando hacemos memoria de cómo los negocios de amigos y los caprichos de muchos funcionarios fueron llevando a Malargüe a su actual estado de retraso y olvido, más parecido a La Matanza que a cualquier departamento mendocino. Solo nos falta «cagar en un balde».
Lo irritante es cuando el cinismo se potencia desviando responsabilidades a extraños; se esquivan las propias responsabilidades como funcionario y no se guarda silencio, ni siquiera por vergüenza, como el más básico de los sentimientos humanos, cuando la conciencia —que es nuestro mayor juez— nos recuerda que, por hacer “la nuestra”, postergamos el futuro y la calidad de vida de miles de malargüinos. Esta es la realidad.
Hoy estoy absolutamente lejos de la política, pero no podía menos que clarificar estas ideas, porque creo que «los pueblos que olvidan su pasado están condenados a repetirlo». Esto es todo cuanto he decidido decir.

