
La mosaiquista Marisa Laura Montoro, recordada por su paso como docente en la Escuela Maurín Navarro de Malargüe, ha sido seleccionada para participar en La Noche de los Museos de Buenos Aires, un evento que convoca a artistas de todo el país. Su obra “Dulce Madre” será expuesta en el emblemático Palacio Barolo, marcando un nuevo hito en su camino artístico.

Por muchos años, Marisa desarrolló su vida profesional y afectiva en Malargüe, donde dejó una profunda huella en la comunidad educativa. Actualmente vive en San Rafael, desde donde continúa su búsqueda creativa y espiritual. “Siempre fui una admiradora de las distintas disciplinas artísticas, aunque mi mayor contacto, por mis raíces, fue con el mundo de las letras”, cuenta.
El arte visual apareció en su vida de forma inesperada, al jubilarse. “Fui a sacar un turno, vi un adorno que me llamó la atención, expresé mi gusto y la secretaria me dijo: ‘Está hecho con mosaiquismo, yo enseño’. Así fue como, gracias a Daniela Valdez, comencé a incursionar en este bello arte”.

Desde ese momento, su conexión con la técnica fue inmediata. “En mi primer contacto con el mosaiquismo me enamoré. Era tal mi entusiasmo que me amanecía en casa trabajando”, recuerda. Su primera obra fueron dos negritas caminando con cestos en la cabeza; luego llegó su primer retrato, el Sagrado Corazón de Jesús. “Comencé por los ojos y sentí que la obra me miraba”, dice con emoción.

Su pasión creció con el tiempo. En San Rafael realizó murales, lámparas turcas, trabajos en 3D y micro mosaicos. Además, estudió el profesorado de arte en mosaico en el Conservatorio Grassi de Buenos Aires y continuó perfeccionándose con artistas como Natalia Ferruchi y Ini Viera, quien más tarde la invitó a participar en La Noche de los Museos. “Estoy muy emocionada y valoro mucho la posibilidad no solo de presentar mi obra, sino también de conocer a distintos artistas a quienes realmente admiro”, afirma.
Para Marisa, el mosaiquismo no es solo una técnica, sino un modo de mirar el mundo. “Me atrae la constancia, la delicadeza y la capacidad de observación que se ponen en juego en cada obra. No puedo hacer nada que no me salga del alma”, explica.“Para hacer las cosas bien es necesario: primero, el amor; segundo, la técnica”, cita Antoni Gaudí. En esa frase se resume la filosofía artística de Marisa.
Le apasionan especialmente los retratos: ha creado imágenes de sus hijas, su nieta y de actores que admira. “Siempre pensé que los ojos son el espejo del alma. Tomar contacto con una mirada me inspira más allá de la técnica”.

La obra que llevará al Palacio Barolo se titula “Dulce Madre”. “Desde mi fe, es modelo y guía. Todo lo que hago nace de un profundo sentimiento y de un querer hacerlo. Por eso cada obra toma un valor único y especial”, cuenta.

Su camino artístico está profundamente ligado a su historia personal. Hace unos años atravesó un momento delicado de salud, del que logró salir adelante con esperanza y gratitud. “Me encomendé al Padre Pío. Este año pude viajar con mi hija al santuario en San Giovanni Rotondo, y fue impresionante: todo estaba revestido en mosaicos. Sentí que era una señal, una confirmación del camino que elegí”.
Hoy, con la serenidad de quien ha superado desafíos, Marisa disfruta de este presente luminoso. “Malargüe, desde mis vivencias y mi sentir, es amor, crecimiento y entrega, y todo eso es también el mosaico artístico para mí. Lo llevo en quien soy. Cuando creamos, entregamos todo lo que somos”.

Con humildad y entusiasmo, sueña con seguir perfeccionándose. “Participar de esta exposición es realmente cumplir un sueño. Espero seguir aprendiendo y creando”, dice. Y antes de despedirse, deja un mensaje para quienes buscan su propio camino:
“Que amen lo que hacen. El principal motor debe ser nuestro mundo interior. Creen desde su ser, en cualquiera de las expresiones del arte para las que se sientan llamadas”.










