Por Eduardo Araujo
“No hay mal que por bien no venga” dice un viejo refrán. Hace mucho tiempo alguien me enseñó que no hay que preguntar el por qué de las cosas que nos pasan sino el para qué.
Verle el lado bueno a la realidad y dejar de lado el autoflagelamiento y la victimización nos lleva a vivir de manera positiva, contagiando entusiasmo a quienes tenemos a nuestro lado, a buscar soluciones a los problemas que se nos presentan.
Durante estos días de aislamiento social he visto, como la mayoría de nosotros, cosas negativas. Tal vez la imagen más triste fue observar las colas frente a los cajeros de tantos que no repararon en su propia salud y la de sus seres queridos con tal de tener un billete en el bolsillo. Que no se me mal entienda, no es que crea que quienes se expusieron y nos expusieron no tuvieran la necesidad o que mí me sobra. Ese día solo tenía $ 70,00 en efectivo. Cuando les dije a algunos que esperaban en la cola de un cajero “no se hagan problema que nos garantizan dinero para el todo el fin de semana” fui objeto de burlas. Hoy la tarjeta de débito es también dinero en efectivo y tenemos que trabajar quienes así lo entendemos para que todos lo comprendan. Hay que trabajar más para publicitar que en los supermercados, con una compra mínima, se puede solicitar efectivo. Que los cajeros están abiertos las 24:00 horas para extraer o depositar. Esa tarea es parte del para qué, y si todos nos comprometemos en ella habremos contribuido a ver que el aislamiento no es tan malo.
Claro que están quienes quieren sacar una ventajita política, social o de prestigio personal, no me preocupan, que sigan con sus mezquindades y que Dios los juzgue.
Veamos las cosas buenas. Si hacemos que el lavarnos constantemente las manos, estornudar o toser en la cara interna del codo, si varias veces al día limpiamos picaportes y superficies de apoyo, si mantenemos el distanciamiento con los demás, de aquí para siempre, habremos aprendido una gran lección y no solo vamos a prevenir el Coronavirus sino también la gripé común y tantas enfermedades que se transmiten porque no tomamos recaudos colectivos.
No somos pocos los que en estos días estamos más pendientes de nuestros padres y abuelos mayores, de los vecinos que están identificados como población en riesgo. Si esa preocupación la hacemos carne para adelante la vida nos dará muchas sonrisas y satisfacciones.
Es innegable que este aislamiento también nos ha hecho ver que no todo en la vida pasa por las cosas materiales, importantes por ciento para el diario vivir, pero que hemos notado que la salud es un bien preciado, hemos aprendido a diferenciar claramente lo que es un problema de salud pública de las ideologías que hablan de ella para imponernos criterios que van en contra de la cultura de la vida.
Hay muchas cosas buenas del aislamiento, tal vez en los niños y los ancianos tengamos los mejores ejemplos a imitar, porque se la “están bancando” como verdaderos héroes. Lo mismo que tantos que deben seguir prestando servicios para que nos falte lo indispensable para vivir, para estar seguros y sanos.
En ese aspecto, que bueno es que cada día a las 12:00 suenen las campanas de las iglesias para que cada uno eleve una súplica; que cada jornada, a las 21:00, más gente se anime desde la entrada de sus hogares a brindarles un aplauso a esas personas que le ponen el cuerpo a la dura realidad y todos cantemos el Himno nacional, que nos une y hermana.
Lo bueno del aislamiento del Coronavirus es que seguramente cada uno de nosotros retornaremos a nuestras actividades, cuando las autoridades lo dispongan, siendo un poquito más humanos, física y espiritualmente, y reconozcamos en el otro su dignidad de persona.