viernes, junio 13, 2025
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Carta abierta de un laico a Monseñor Eduardo Taussig

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Por Francisco Parada (DNI 24827133), esposo de Valeria, padre de siete hijos (uno en el cielo).

Con enorme dolor y decepción he leído hoy la carta dirigida por usted a los católicos de la diócesis de San Rafael. En la misma, más que palabras de un padre misericordioso y caritativo, noté un aire de bronca y de amenaza.

Tristemente la carta insinúa que quienes hayan asistido o pretendan hacerlo a las marchas de pedido de “No cierre al Seminario” somos revoltosos o sediciosos. Monseñor, sepa que no es así.

¿Sabe verdaderamente usted el dolor que estamos sufriendo los laicos desde el momento en que se decidió el cierre del Seminario? ¿Sabe usted lo que significa cargar con una cruz por una decisión a la que, por más que lo intentemos, no le encontramos una cabal justificación? Una vez más monseñor ¿Por qué cierra nuestro seminario? ¿Por qué nos deja sin futuros pastores? ¿Por qué no quiere a nuestros sacerdotes?

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Nosotros, los laicos, nos sentimos en la obligación moral, de, por lo menos en una marcha o caravana, manifestar nuestra discrepancia al cierre del seminario; porque nosotros más que nadie sabemos de los frutos apostólicos de los sacerdotes que se ordenaron en dicho seminario.

Nosotros, los laicos de las distintas parroquias, somos los que vemos a nuestros curas día a día. Nosotros vemos la cantidad de niños bautizados, catequizados, confesados y contenidos por estos hombres de Dios.

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Nosotros sabemos de las noches de hospitales asistiendo a enfermos y moribundos o de misiones a los lugares más lejanos de la diócesis.

Nosotros sabemos, acá en Malargüe, el esfuerzo por llegar hasta los más lejanos puestos en la asistencia espiritual a los fieles, por solo citar un ejemplo.

Nosotros sabemos de sus cátedras en los distintos colegios, de las actividades grupales con jóvenes, matrimonios y mayores.

Nosotros sabemos (y muchos laicos han asistido) de la difícil misión en Cuba que nuestros sacerdotes realizan. 

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Después de tantos buenos ejemplos (imposibles de enumerar en esta carta), ¿pretende usted que no nos manifestemos? Monseñor ¿Qué han hecho de mal estos sacerdotes para merecer tal castigo? ¿Por cuál de sus obras buenas les quiere apedrear? (San Juan 10. 31) ¿Han sido acaso motivo de escándalo por una vida pecaminosa como ocurre en muchos consagrados del mundo? ¿A caso no viene usted mostrando por años, en la revista Caminos Diocesanos, las distintas obras apostólicas que los sacerdotes realizan en las parroquias? Monseñor: ¿Qué nos han enseñado mal estos pastores? ¿El amor y reverencia a la Sagrada Eucaristía? ¿La devoción a La Virgen y al Papá? ¿El defender la vida desde el momento de la concepción hasta su muerte natural? ¿El buscar formar familias santas y virtuosas? ¿El amor a Nuestra Patria y a sus sanas costumbres?

“Si han obrado mal, díganos en qué, sino ¿Por qué los castiga?”

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 Monseñor, por favor no se equivoque. No somos sediciosos, somos hijos agradecidos de estos pastores. No levantar nuestras voces sería un acto de tremenda ingratitud. Tampoco nos vea como rebeldes o enemigos, somos hijos que de algún modo queremos llamar a nuestro padre a la reflexión.

Por favor ¡Escuche nuestro pedido: ¡No persista en esta decisión equivocada! Muchísimas obras apostólicas están en riesgo por su lamentable disposición, muchas almas serán privados de la asistencia de los tantos sacerdotes que seguramente nuestro seminario seguirá dándonos.

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Por último, quiero que sepa que desde hace varios meses cargamos sobre nuestros hombros una penosa y dolorosa cruz que viene a profundizar la oscuridad en estos tiempos tan inciertos. Solo Dios y nuestros hogares son testigos de las horas de oración, de pena y desolación.

Lo más probable es que ya no haya vuelta atrás, por lo que solo pedimos a nuestro Dios que las gracias que del seminario Santa María Madre de Dios han derramado por años, caigan sobre nosotros y nuestros hijos.

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