Para ningún mendocino el caso Florencia Romano, la joven que desapareció el pasado sábado 12 en el gran Mendoza y apareció degollada y parcialmente quemada el jueves último, ha pasado desapercibido. Algunos venían siguiendo el caso por los medios de comunicación y las redes. Otros se terminaron de enterar cuando un pequeño grupo de inadaptados prendió fueron a las sedes de los tres poderes del Estado: La casa de gobierno, el palacio judicial y la sede de la Legislatura.
Desde diario digital Ser y Hacer de Malargüe on line repudiamos los incendios a los edificios públicos, símbolos, de alguna manera, de la república, a la que creemos hoy más que nunca se debe defender para sostener el sistema democrático, que algunos buscan derribar, incluso desde las mismas estructuras del poder político. Pero que el árbol no nos tape el bosque.
Quedarnos solo con la quema y no hablar del problema de fondo que, sin lugar a dudas, es la violencia que cada día se agudiza más es tapar el bosque con el árbol.
Hay una parte de la sociedad, a esta altura difícil de dimensionar en su tamaño, que es violenta. A diario lo vemos, incluso en la rutina de la vida diaria. Para muestra un botón, como decían las abuelas, las personas irascibles que arman un escándalo frente a las heladeras de las carnicerías porque alguien por distraimiento o no se “coló” en la fila y realizó el pedido antes que los que habían llegado con algunos segundos de anterioridad.
Si todo fueran discusiones del tipo anterior podría tenerse explicaciones más o menos razonables, a los que no encontramos ya racionalidad es a la muerte de tantas chicas jóvenes, de tantas mujeres adultas a manos de varones que crecen a nuestro lado, que algunas veces caminan junto a nosotros, con quienes podemos cruzarnos cien veces en la calle.
En nuestro Malargüe los crímenes de Maribel Marcuzzi, la joven embarazada que murió en 2012 a manos de su propia pareja con la complicidad de otros dos sujetos ya condenados por la justicia, y el de Nélida Villar, aún impune, son dos ejemplos a los ya cientos que se replican en distintos lugares del país, solo en la última década.
Todas las semanas se recepcionan denuncias en las dependencias de la policía en nuestro departamento por parte de mujeres que son atacadas u hostigadas por sus maridos, parejas, novios o “ex”. ¿Cuánto tiempo más debe pasar para que nos ocupemos de otras Florencias, Maribel o Nélidas?
El caso Florencia tiene muchas aristas, con la información publicada hasta el momento, para analizar. La primera es el uso de las redes sociales por parte de niños, adolescentes y adultos. Son “todo un mundo”, que como tal tienen cosas muy positivas, pero allí también hay delincuentes y asesinos que se aprovechan de los vulnerables. A veces, esos vulnerables y no solo lo son por el nivel de educación o económico. A cuántas mujeres, incluso profesionales, se les ha quitado la vida engañadas por un desalmado que las contactó por internet.
La otra es el involucramiento socialmente. Muchos, la mayoría nos atrevemos a decir, mira para otro costado cuando una mujer es víctima de violencia. En el caso que nos ocupa, eso no ocurrió, es verdad, alguien llamó al 911 y alguien no atendió como correspondía ese pedido. Cuando se analiza técnicamente el audio de la llamada, hay un déficit en el emisor al que, seguramente por el nerviosismo de la situación o su formación, le cuesta expresarse correctamente y detrás del teléfono una receptora que, evidentemente, no cuenta con las habilidades para poder hacer que su interlocutor se exprese de manera correcta, con total falta de paciencia y empatía corta una comunicación que podría haberle salvado la vida a la adolescente de 14 años.
Para hablar de lo que pasa por la mente del agresor estarán los especialistas, pero es evidente que algo pasa a nivel social para que tantos tipos hagan estas atrocidades y, por lo tanto, como sociedad, más allá de los que pueda hacer el Estado, casi siempre ausente, debemos involucrarnos.
Cada uno debe asumir la parte que le corresponde como padre, hijo, abuelo, tío, amigo, autoridad, dirigente político o de organizaciones civiles, medio de comunicación, compañero de trabajo, docente, alumno, vecino. Sabemos que es fácil decirlo y escribirlo. Por eso, es necesario comenzar por nosotros mismos, aprender a serenarnos, a cortar las discusiones estériles, a respetar al otro, las decisiones del otro. A saber darnos el lugar. Hace falta más educación, y no solo en la escuela, tanto para los hombres como para las chicas. Como están las cosas y mientras nos educamos socialmente, a los jóvenes, en general, hay que hablarles de autocuidado, resistencia a las presiones, toma de decisiones razonadas y responsabilidad en el manejo de sus redes sociales, entre otras cuestiones, para el cuidado de su integridad. Detrás de cada hecho de violencia hay una familia que por el resto de su vida llevará la carga y el dolor.
Estamos convencidos que, para empezar, la respuesta, a no equivocarse, como acabamos de indicar, está en cada uno de nosotros.
No alcanza con las marchas, los relatos, las leyes. Es hora de cambiar nuestra forma de ver las cosas, que los hombres y las mujeres se complementan, que nadie es superior a otro, sea o no del mismo sexo. Es la hora de los valores antes que las ideologías. De sumar desde el debate serio y constructivo, de bajar el dedo acusatorio, de aprender a comunicarnos, sincerarnos, buscar ayuda cuando solos no podemos, de desquitarnos nuestras broncas y frustraciones sin violencia. De lo contrario, cuántas Florencias más deberán dar la vida para que aprendamos.
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