Luis Osvaldo Ferrada, apodado “Ferradita”, nació el 16 de julio de 1937. Sus padres fueron Evangelina Guajardo y Juan Miguel Ferrada, matrimonio que también trabajo al mundo a otro hijo, Orlando. La señora Evangelina falleció a temprana edad en arroyo El León, Río Chico y luego don Juan Miguel tuvo otros dos hijos con Matilde Pacheco, Nolfa y Juan.
Don Juan Miguel y doña Matilde “tenían casa en calle Comandante Salas casi Telles Meneses. Mi padre era vendedor ambulante, andaba con 10 mulas cargadas y hasta tenía empleados. Él trabajaba con ropa, mantención, tenía unos cajones grandes donde guardaba las cosas más chicas. Compraba la mayoría de las cosas en un negocio grande que había en Bardas Blancas, que era de Bugarín y Ruíz. Yo me crie con un tío, hermano de mi papá, que tenía el mismo nombre mío, Luis Osvaldo. Mi tío Luis se vino a trabajar con mi papá porque él era de Chile. El viejito mío tuvo puesto al costadito del arroyo Chenqueco, como a cuatro kilómetros para adentro de la ruta 40. Mi tío vivía en calle Comandante Salas, entre Uriburu y la Av. San Martín. Mire lo que son las cosas, yo después tuve casa en Salas y Rufino Ortega y ahora vivo en la calle Salas (entre Uriburu y Civit). Toda esta zona era campo, había una casita de tanto en tanto. La calle Rufino Ortega se la llamaba la calle Ancha y era el lugar donde se celebraban todas las fiestas patrias con destrezas y carreras de caballos. Mi tío, cuando se casó con la señora Ursulina Sánchez, me llevó para el campo, a Chenqueco. Yo tendría unos seis años y de chiquillo aprendí a trabajar con él. A la escuela fui hasta tercer grado, porque me tuve que ir a trabajar al puesto. Fui a una escuelita que había en Bardas Blancas, cerca de la vega grande. La maestra era de apellido Adaro, el marido era ingeniero” expresó don Osvaldo al empezar a relatar su historia de vida.
En el puesto de su tío debía juntar animales, ayudar en la crianza, colaborar en reparar corrales, el riego del pasto, la huerta.
“En esos años toda la gente era muy pobre. Yo vine a conocer un par de zapatos como a los 17 años, todos andábamos a pura ojota y chalas hechas con las cubiertas de los camiones. A mí me gustaban las ojotas porque las sentía más cómodas. Se hacían con cueros de vacas y era como andar con una alpargata de las de ahora. A mí me gustaba salir al campo a pie, prefería eso a ensillar el caballo. Cuando mi tío llegó a Chenqueco no había nada, se buscó un lugar bien arriba del arroyo. Él llegó y tuvimos que hacer cercos, plantar árboles, hacer las casitas. Ahí después se cosechó papas, cebollas, trigo, pasto para los animales. El tío solamente compraba yerba y azúcar, todo lo demás salía del trabajo. Mi tío tuvo cuatro hijosel Beto, Federico, Luz y Yolanda, los muchachos ya han fallecido, lamentablemente. Mi tío primero tuvo una veranada en el Cerro Bayo, en Chacayco y después consiguió en Los Potrerillos, entrando por el arroyo PotiMalal, arriba del arroyo El Yeso, cerca del Paso Pehuenche. Cuando fui más grande el tío me dejaba solo en la veranada y se iba a Chile, porque era negociante de animales ¡Si habré pasado fríos, noches tratando de pegar un ojo todo mojadito! Cuando se enfermó y después se murió mi papá, el tío se hizo cargo de la venta ambulante y de la tropa de mulas. Fuimos varias veces a traer mercadería de Chile para vender, a mí me tocaba ir de marucho. Primero íbamos a Linares y después a la Punta del Diamante, en Talca. De acá llevaba charque y allá lo cambiaba por azúcar y harina. Una vez nos agarró un temporal grandísimo en la cordillera”, contó el hombre, mientras nos tomábamos unos exquisitos mates, antes de empezar el aislamiento por el Coronavirus.
A la edad de 21 años salió por primera vez del departamento para cumplir con los trámites del servicio militar obligatorio. Ese fue un momento muy significativo en su vida.
Así lo relató “me acuerdo que un tiempo antes de irme al servicio me compré un traje, bien vestido me fui a Mendoza, solo, sin conocer a nadie. Allá me encontré con René Avila, que iba de acá y estaba igual de yo, más perdidos que turco en la neblina (La historia de vida de René Antonio Ávila fue publicada en Ser y Hacer de Malargüe el 15d e febrero de 2020, en la edición número 272). San Rafael lo conocí cuando nos llamaron hacer la revisación médica. En el servicio nos hicimos amigos con René y hasta ahora nos vemos cada vez que podemos. A mí me tocó primero estar en las caballerizas y después nos llevaron a un matadero. Nos eligieron a nosotros porque sabíamos faenar, la pasamos lindo. Carneábamos para todo el regimiento, la verdad que también nos mejoró la comida porque nos dejaban sacar unos ricos churrascos. Lo único que lamento es que no pudimos jurar la bandera por ese trabajo que teníamos”.
Tras cumplir con la Patria retornó a nuestro departamento y siguió trabajando con su tío Luis Osvaldo, hasta la edad de 27 años.
Luego se instaló en un puesto ubicado en Butamallín, que era propiedad del señor Juan Sánchez. Para ese entonces ya estaba casado con su primera esposa, María Magdalena Vallejos, con quien tuvo tres hijos: Norma, Juan y Hugo (fallecido). Tras ocho años de matrimonio, y con el menor de sus hijos de solo tres meses, quedó viudo.
La difícil situación por la que atravesó hizo que tuviera que dejar su floreciente puesto, dado que a sus hijos se los ayudaban a criar algunos familiares residentes en la villa.
“Mis chiquillos me extrañaban mucho y yo a ellos, por eso no me quedó otra que vender los animales y venirme a vivir Malargüe” rememoró don “Ferradita”, como cariñosamente mucha gente lo conoce.
Fue entonces que ingresó como operario de Industrias Siderúrgicas Grassi.
“Entré a trabajar de palero en el horno, después estuve en la mezcla. Estuve cinco años en eso, un trabajo muy pesado, cuando me fui a jubilar no me habían hecho los aportes como trabajo insalubre. Ahí tuve un problema grave en la columna y pasé a la sección de calderas, que se hacían funcionar con agua. En esos años la fábrica se generaba su propia electricidad, después trajeron unos motores grandes marca Fiat y pasé al taller, esa parte me gustaba mucho. Me trasladaron durante seis meses a San José de la esquina, Santa Fe. Estuve trabajando hasta que paró la fábrica. Mucha gente trabajaba ahí, fue una lástima que se perdiera eso” expresó el hombre.
El amor nuevamente tocaría a su corazón cuando conoció a Dolfina “Negrita” Puebla (fallecida) con quién tendría otros hijos: Daniel, César, Crescencio (fallecido) Gabriela y Andrea. Además tuvieron un hijo del corazón, Emanuel. Tiene 15 nietos.
Tras ser indemnizado por Grassi pasó a trabajar en la zona de Palauco, en una empresa de servicios petroleros.
“Después me enteré que estaban tomando en la municipalidad. Hablé con el ´Negro´(Damián) Toñanez y el me anotó. Cuando se armó una cuadrilla nueva me llamó para entrar. Estuve ahí hasta que me jubilé en el año 2003, justo en esa época me tuve que hacer una operación mujy grande y ya no volví a trabajar” expresó “Ferradita”.
Hoy en la casa de don Osvaldo vive su nieto “Huguito” que le hace compañía. De sus hijos solo Andrea habita en nuestra ciudad, los demás están en otros puntos del país, César vive en España y Daniel, “El cocinero del camino”, que está en viaje a Alaska, al momento de publicarse estas líneas estaba en Perú.
“Yo tengo una familia grande, aquí no paso casi nunca solo porque siempre tengo familiares del campo que vienen a verme, mis sobrinos, mi Andreita…La casa es grande porque los chicos vienen y se quedan varios días. Es tan lindo verlos a todos grandes, con sus familias y a pesar que viven lejos siempre están llamándose y son muy unidos. La casa se vuelve bulliciosa y se los extraña cuando se van, pero la alegría que tengo es que están bien” concluyó el hombre emocionado, mientras la pava del mate había quedado vacía.