La señora Elva Nuñez QEPD (1927-2022) junto a su hija María Eugenia.

De las riberas del Maule a las alturas de Malargüe. Una travesía plena de ilusiones, esfuerzo, historia, poesía.

Nacida en estación Infiernillo, hoy conocida como estación González Bastías, en homenaje al «poeta de las tierras pobres» fallecido en 1950. Ésta se ubicaba a mitad de camino ferroviario entre Talca y Constitución, donde había un jefe de estación, una cuadrilla de ferroviarios para mantener la vía férrea y un retén de carabineros.

En esa pintoresca aldea diariamente se cruzaban trenes guiados por locomotoras a vapor, oportunidad en donde se abastecían de agua las quejumbrosas máquinas negras a carbón de piedra. Los pasajeros se esmeraban en adquirir los productos que una decena de típicas «venteras» vestidas de riguroso Blanco, alegremente  a viva voz ofrecían a los viajeros. Los compradores con apetito voraz preferían las famosas tortillas de rescoldo, los huevos duros y gallinas cocidas. Continuaban en preferencia las frutas de estación: uvas, brevas, duraznos, cerezas y tunas. Ésta era la principal actividad de los lugareños que desarrollaban además actividades agrícolas como la cosecha de trigo, vendimia y la cría ovejas.

Elbita
Foto de Elvita en su etapa de juventud.

La niñez de mamá Elvita estuvo marcada por una vida placentera propia del mundo rural. Su casa de adobe encaramada a media falda de un cerro estaba rodeada de árboles frutales, variedad de aves, especialmente zorzales, un pequeño  viñedo y una veintena de cajones con abejas, cuya miel servía para el sustento familiar.

Su papá, conocido como “Dominguito el Santiguador”, por el Don que le permitía sanar enfermos con la imposición de manos sobre todo de pequeños recién nacidos. Él llevaba a los infantes hacia una mesa de los santos donde oraba e invocaba por su sanación, ritual que la mayoría de las veces producía efectos positivos, con la emotiva muestra de agradecimientos de sus angustiados padres. Era un mundo mágico digno de una novela costumbrista o un personaje de García Márquez.

CAÑADA COLORADA
LA RETACERÍA

Por el lado sur poniente de la vía férrea serpenteaba el caudaloso río Maule, aún no intervenido en su trayectoria. Por sus aguas navegaban botes, lanchas, donde sobresalían los “guanayes”, típicos remeros Maulinos que trasladaban personas y diversos productos, como harina, trigo, vino, frutas y verduras entre el puerto fluvial de Linares de Perales que estaba a 80 kms del destino, que era Constitución.

Elvita hizo sus primeros años de escolaridad en la escuelita del lugar, después por costumbres arcaicas, los hijos debían pasar a desempeñar como ayudantes en las labores del hogar, recolección de frutas o sembrando verduras en el huerto familiar. Ya adolescente, su mente pródiga en fantasías, prolifera con la llegada de una vitrola a cuerda, todo un lujo para el lugar. Los sones de los discos despiertan nuevos sueños en su mente juvenil. Rememora tangos, tonadas, temas de Violeta Parra como: Que pena siente el alma, volver a los diecisiete, Gracias a la Vida, los cuales como una ironía de la existencia, musicalizaban las vicisitudes que Elvita enfrentó siempre con buen humor.

El rumor incesante de las plateadas aguas en las noches de luna llena, acumulan nuevas emociones en esta bella jovencita que, se transforma en adorable musa de quien fuera después su compañero de vida. Con él y  sus tres hijos se traslada a Talca donde descubre las luces del “mundo moderno”. Por esas raras coincidencias o señales de la vida, su compañero Mario González, en la década del cincuenta se desempeña en obras de construcción del tranque que contiene las aguas de la Laguna del Maule, que hoy  sirve como paso hacia el Campanario. Posteriormente en la década del sesenta, junto a otros transportistas chilenos y argentinos inician  la importación de vacunos desde Malargüe hasta Bramadero  cerca de San Clemente. En estos viajes lo acompaña su hijo menor Mario, un niño de 7 años; este evento permite estrechar y afianzar profundas amistades entre camioneros de ambos países, los que fueron pioneros del añorado proyecto del Paso Internacional Pehuenche que unió a Mendocinos y Maulinos.

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Llega el año 1974. Comienza el éxodo familiar después del golpe militar de 1973. Mamá Elvita fiel a sus votos de fidelidad matrimonial: «hasta que la muerte nos separe», acompaña a su esposo junto a dos de tres hijos, María Eugenia y Mario en la travesía de Los Andes por el paso Los Libertadores. En mayo del ´74 toma la decisión contando con la grandeza de espíritu y abnegada amistad de su compadre Julio Matamala. La inician  con nostalgia y pena dejando atrás a padres, hijo, hermanos y amigos. Llegan a destino donde Julio los recibe generosamente en su hogar.

Atrás quedan los recuerdos de su Chile, con tristeza pero sin rencores, con la convicción de haber sido fiel a sus principios.

Activamente se integran en todas las reuniones conmemorativas entre chilenos y argentinos. Elvita se incorpora a los artesanos, confeccionando tejidos de lana con diversos puntos y diseños. Para ayudar a la consolidación familiar, laboriosamente hace mote para incrementar los ingresos, transformándose en baluarte del hogar.

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Luego de las variadas vueltas a la vida que nuestros padres han protagonizado para buscar mejores condiciones de vida, primero nos dejó nuestro padre, posteriormente, nuestra amada madre tras unos años de una esquiva e ingrata memoria, lo acompaña en el sueño eterno.

Hoy, en esta nota de despedida, nos hacen sentido las melodías de Facundo Cabral que enuncian la sensación que este momento evoca:

No soy de aquí, ni soy de allá 
No tengo edad, ni porvenir 
Y ser feliz es mi color 
De identidad 

A nuestros padres que encontraron en Malargüe la tierra que los cobijó.

Sus hijos: Jaime, María Eugenia y Mario. Con descendientes  en las “Dos puntas del camino”.

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