
Cada nuevo paso en la oferta educativa fortalece a Malargüe, pero el desafío continúa: sostener carreras, atraer docentes y consolidar la presencia de universidades nacionales en el territorio. El futuro depende de decisiones compartidas hoy.

Los últimos días de esta semana, la comunidad de Malargüe pudo conocer la variada oferta de educación superior que hoy existe en el departamento. Institutos locales, la Facultad de Ciencias Básicas de la Universidad Nacional de Cuyo y distintas instituciones presentaron propuestas para jóvenes y adultos que desean continuar sus estudios sin necesidad de emigrar. Este hecho, que merece ser celebrado, nos invita también a reflexionar sobre el estado actual de la educación superior en nuestro territorio: los avances alcanzados, pero también los desafíos estructurales que siguen condicionando los sueños de muchos estudiantes.
Desde hace décadas, Malargüe vive una paradoja. Por un lado, ha crecido la disponibilidad de carreras, tanto en modalidad presencial como a distancia, que permiten a los jóvenes formarse en áreas claves para el desarrollo local. Por otro lado, la oferta es todavía insuficiente, fragmentada y, muchas veces, temporaria. No son pocos los casos de carreras que se dictaron durante un período y luego desaparecieron: el profesorado de arte, la formación en educación física, o ciertos profesorados que se repiten cada tres o cuatro años. Esta lógica responde a un criterio legítimo de evitar la saturación del mercado laboral, pero en la práctica genera una trampa difícil de sortear: el tiempo de los egresados no siempre coincide con el tiempo de las instituciones.
La consecuencia es conocida: jóvenes que, al no poder costear estudios en otras ciudades, se ven obligados a resignar sus aspiraciones y matricularse en lo que “hay”, aunque no sea lo que realmente sueñan. Esa frustración no solo limita proyectos personales, sino que empobrece a toda la comunidad, porque cada vocación truncada significa también una oportunidad perdida para el desarrollo colectivo.

En este escenario, las familias cumplen un rol fundamental. Muchas veces, a pesar de las dificultades, alientan a sus hijos a seguir alguna carrera, aunque no sea la elegida, para evitar la inactividad y mantener la mente ocupada. Ese esfuerzo merece reconocimiento. Como también merece reconocimiento el compromiso de los institutos superiores locales, que han hecho de la descentralización educativa una bandera concreta.
Aquí también surge una deuda pendiente que no puede dejar de mencionarse: la Universidad Nacional de Cuyo, que desde hace casi dos décadas tiene presencia en Malargüe, aún no cuenta con un campus propio ni ha logrado ampliar sustancialmente la oferta de carreras. Sus actividades se desarrollan en espacios municipales y en instituciones prestadas, lo que refleja una falta de consolidación real en el territorio. El gran desafío, además, no es solo traer carreras, sino también contar con el recurso humano que las sostenga. ¿Qué docentes universitarios están dispuestos a viajar de manera constante a Malargüe? ¿Cómo atraer ese talento cuando la distancia se convierte en una trampa más? Aquí la Municipalidad y empresas radicadas en Malargüe pueden tener un rol clave: pensar políticas de incentivo que favorezcan la radicación de profesores universitarios, brindar apoyos logísticos y económicos que hagan más viable su llegada, e incluso acompañar con propuestas de cursadas mixtas que combinen presencialidad y virtualidad, aprovechando los nuevos horizontes que abre la tecnología. Un paso positivo en esta dirección ya se dio este año con el aula de la UTN en el campus educativo, una experiencia que muestra que es posible avanzar cuando hay compromiso real de las instituciones. Sin embargo, el desafío mayor sigue siendo lograr que las universidades nacionales inviertan con presencia propia, con sedes y programas estables, porque solo la inversión en territorio garantiza un compromiso genuino y duradero.

La educación superior abre puertas. No solo al conocimiento, sino a nuevas formas de ver el mundo, de relacionarse, de socializar y crecer. Un joven que estudia se convierte en un ciudadano con más herramientas para enfrentar la vida. Por eso, el debate sobre la educación superior en Malargüe no es solo un tema académico: es una cuestión social, ética y cultural que involucra a todos. Se trata de pensar políticas que que garanticen continuidad, diversidad y pertinencia. Que permitan a cada vez más jóvenes elegir con libertad, y no con resignación. Que brinden la posibilidad de estudiar lo que se ama, porque solo desde esa motivación se alcanzan trayectorias sólidas y profesionales comprometidos con el futuro de su comunidad.
Hoy más que nunca necesitamos una mirada conjunta que supere las limitaciones del corto plazo. Invitamos a toda la comunidad —autoridades, instituciones, familias y estudiantes— a sostener este debate y a trabajar por un modelo educativo que amplíe horizontes. Porque garantizar el derecho a la educación superior es también garantizar el derecho a soñar y a construir un Malargüe con más oportunidades para todos.


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