
Durante ocho años Benito fue compañero fiel, presencia silenciosa en las noches de soledad y en los días de alegría. Tenía esa sensibilidad especial que caracteriza a los gatos: percibía estados de ánimo, se acercaba cuando la tristeza pesaba y transmitía calma con su sola compañía. Era, como tantos otros, un animal sanador, capaz de sostener a su familia humana con una energía única.
Un día, de manera cruel e incomprensible, Benito fue envenenado. Su vida se apagó en pocas horas y, con ella, una parte de la vida de quienes lo amaban. No se trató de un accidente ni de la fatalidad natural: alguien decidió esparcir veneno en los techos del barrio. Benito se convirtió así en una víctima más de una práctica que, lamentablemente, se repite desde hace años en el Malvinas.

Por eso hoy hablamos de «los Benitos» del barrio Malvinas. Porque cada mascota envenenada es, como él, un miembro de la familia arrancado con violencia. Y porque esta matanza no solo es un golpe a quienes aman a sus animales, sino también un riesgo grave para toda la comunidad.
Lo que ocurre en el barrio Malvinas Argentinas no es un simple “problema de animales”. Las consecuencias no se limitan al dolor de perder a una mascota: el veneno puede entrar en los hogares y alcanzar a los niños, poniendo en peligro la salud pública.

Y hay un hecho que la comunidad debe tener muy presente: la crueldad hacia los animales es una señal de alarma social. Una persona capaz de torturar o envenenar a un ser indefenso no tiene ningún reparo en extender esa violencia hacia los seres humanos. Numerosos estudios y casos lo confirman: muchos de los asesinos seriales más conocidos de la historia comenzaron mostrando crueldad con animales. Ignorar estas señales sería una peligrosa ingenuidad. Por eso, lo que viene sucediendo con las mascotas del barrio Malvinas debe ponernos en estado de alerta.
Durante demasiado tiempo, estas tragedias han quedado encerradas en los chats de WhatsApp de los vecinos, en comentarios indignados que luego se pierden. Pero ya no se puede callar más. La comunidad ha comenzado a movilizarse, a juntar firmas para que la justicia —en particular la jueza María Paz Zabalegui investigue y actúe. La Municipalidad de Malargüe también tiene un rol ineludible: debe intervenir en cada caso, recoger pruebas y también denunciar.

Hay algo más que debemos comprender como vecinos: cada gato que aparece envenenado no debe ser enterrado en silencio. Hay que llamar de inmediato a la Municipalidad para que actúe, porque solo así se podrá identificar el veneno y ayudar a detener al autor de estos hechos. El silencio y la indiferencia son, en este caso, cómplices de la crueldad.
Defender a los animales no es un tema menor ni secundario. Habla de la sociedad que queremos ser: respetuosa de la vida, empática con el sufrimiento y comprometida con la convivencia. Cada Benito asesinado nos recuerda que no podemos naturalizar la violencia, que la justicia debe actuar y que la comunidad debe organizarse.
Es tiempo de decir basta. No queremos más Benitos envenenados en Malargüe. No queremos que el veneno siga envenenando también nuestra conciencia colectiva. Cada gato asesinado es una herida abierta en el barrio, un llamado a no quedarnos de brazos cruzados. Que la crueldad no tenga más espacio entre nosotros.
NR: Benito fue envenenado en septiembre de 2021, y los hechos han recrudecido cada primavera hasta ahora





