
Hay algo profundamente admirable en la forma en que los malargüinos ejercen su derecho al voto. En tiempos en que la política suele dividir y los discursos buscan fidelidades ciegas, Malargüe vuelve a demostrar que no se casa con nadie. Que su pueblo vota con libertad, con memoria y con responsabilidad. Que entiende que el voto no se entrega: se gana.

Los resultados de las últimas elecciones legislativas lo confirman con claridad. En 2019, el radicalismo, bajo la bandera de Cambia Mendoza, obtuvo un 58,53 % de los votos y desplazó al entonces gobierno municipal de Vergara Martínez, que antes había desplazado a Agulles, por el también radical de Juan Manuel Ojeda. Cuatro años después, en 2023, el peronismo, con Celso Jaque como candidato, recuperó la intendencia con un 51,75 %, revirtiendo aquella tendencia. Y ahora, en 2025, la alianza entre Cambia Mendoza y La Libertad Avanza resultó la más votada en las legislativas (42,14 %).
Estos movimientos no expresan volatilidad política, sino algo mucho más profundo: una ciudadanía que observa, evalúa y decide con criterio propio. En Malargüe, los vecinos no votan por obediencia, sino por convicción. No lo hacen desde la costumbre, sino desde la conciencia. El voto es aquí una herramienta de equilibrio y de control del poder.
La historia reciente deja una lección que los dirigentes locales deberían asumir sin evasivas: el pueblo sabe cómo llega cada uno, por qué llega cada uno y cuánto puede aguantar. No se trata de una advertencia, sino de una verdad democrática. Quien asume un cargo electivo en Malargüe debe entender que el respaldo de las urnas no es un cheque en blanco, sino un mandato temporal que exige compromiso, trabajo y respeto por la comunidad.

El comportamiento electoral del departamento es una muestra de madurez política y cívica. Frente a los vaivenes nacionales, Malargüe mantiene su propio pulso. Los ciudadanos observan los hechos, juzgan las gestiones y premian o castigan según los resultados, sin atarse a banderas ni slogans. Esa independencia es una de las mayores fortalezas de esta parte del sur mendocino: un pueblo que piensa por sí mismo, que no se deja arrastrar por modas políticas ni por promesas vacías.
Para los partidos, el mensaje es claro: la sociedad malargüina no se conforma con discursos ni con gestos simbólicos. Espera gestión, transparencia y cercanía. No hay espacio para la soberbia ni para el olvido del deber público. Cada concejal, cada funcionario, debería recordar que detrás de su banca hay vecinos que confiaron, que observan y que, llegado el momento, evaluarán sin condicionamientos.

Malargüe no se deja gobernar desde la comodidad del poder. Lo hace desde la exigencia ciudadana. Por eso, más allá de los colores partidarios, este comportamiento electoral es motivo de orgullo colectivo. Expresa una cultura democrática sólida, donde la libertad no se declama: se practica.
A la dirigencia local le corresponde leer el mensaje con humildad. A la ciudadanía, mantener viva esa independencia que honra a la democracia. Porque solo un pueblo libre en su voto puede construir un futuro justo, plural y verdaderamente suyo.
Redacción Ser y Hacer










