Mirta Susana Bustos, la mujer que aprendió a leer y escribir en un puesto a los 64 años.

En un lugar lejano y no muy conocido, llamado “Puestos Viejos”, ubicado entre 27 y 30 kilómetros aproximadamente de Agua Escondida, vive Mirta Susana Bustos, quien actualmente tiene 64 años de edad, está casada con Pablo Leguizamón y es madre de siete hijos: cinco mujeres y dos varones.

 Mirta no tuvo la mejor infancia, ya que de niña, cuando tenía alrededor de 7 u 8 años de edad –no recuerda bien- fue entregada por sus padres a una familia de la zona de “Lomas Moras”, paraje distante entre 60 y 70 km del distrito donde nació (Agua Escondida), para que trabajara en la cría de animales y los quehaceres domésticos, algo que era normal en ese tiempo en que las familias tenían muchos hijos y momento en el que perdió todo contacto con sus orígenes.

Sus padres de crianza fueron Antonio Cortez y Susana Acosta, con quienes estuvo algunos años y luego la enviaron a otro puesto; de allí a otro y así sucesivamente.

Mirta comenta que siempre se sintió un “objeto de trabajo” y además nunca fue enviada  a la escuela, algo que anhelaba profundamente. De todas maneras aprendió todo lo que pudo y tuvo a su alcance…tejer, hilar, bordar, teñir las prendas que realizaba con tinturas naturales, tales como té, cenizas, flores. También incursionó en la elaboración de quesos de cabra. Todo esto le ayudó a subsistir en ese momento y hoy en día lo continúa realizando  con todo cariño para venderlo y continuar “juntando unos pesos” –tal como expresa-.

En ese ir y venir por diferentes puestos de la zona, conoció a Pablo Leguizamón, quien trabajaba en la minería, se enamoraron y comenzaron una relación. Al cumplir su mayoría de edad se casó con él y ambos estuvieron trabajando un tiempo sólo por comida. Luego se fueron a vivir a donde residen actualmente, Puestos Viejos.

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LA RETACERÍA

La zona donde decidieron formar su hogar se encuentra acunada entre montañas y a su alrededor no hay más de cinco puestos, con pocas comodidades, pero donde se nota que hay mucho amor. Los pobladores se dedican a la crianza de animales (ganado mayor y menor), sin contar con los servicio básicos  de luz, agua ni  ningún tipo de señal de teléfono; mucho menos internet. Toman agua de un pozo de aljibe, se alumbran con paneles solares, baterías y velas en la tarde/noche y su vida social se desarrolla en torno a las salidas que realizan para comprar víveres “en el pueblo”, refiriéndose nuevamente a Agua Escondida.

A pesar de que su vida no fue lo que cualquier niña hubiera querido o deseado, ella siempre tuvo un sueño que nunca logró apagarse: el de aprender a leer y escribir, por lo que decidió, que de la manera que pudiera y aunque le costara, iba a darles a sus hijos la oportunidad que a ella le fue negada… la de aprender. Fue así que, con mucho esfuerzo pero mayor amor, y dentro de su extrema pobreza, envió sus hijos al “Centro Evangélico” de Agua Escondida, debiendo ellos recorrer tal distancia a caballo, diariamente, y motivo por el que se siente muy orgullosa,  ya que ellos aprendieron todo lo que ella no pudo.

CAÑADA COLORADA
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El tiempo fue pasando, pero el sueño de su vida “aprender a leer y escribir” nunca murió, muy al contrario, se fue acunando en su interior. Según sus palabras, sus hijos intentaron enseñarle, pero “no le tuvieron paciencia”, entonces se sintió frustrada.

Un día de julio del año 2.021, y como ya era de costumbre, llegó el policía del lugar a visitarlos para ver si necesitaban o les hacía falta algo. Este agente ya es un amigo de la casa, por lo que cada vez que va a darles una vuelta es recibido como un familiar más. Esa vez, entre charla y charla, Mirta le comenta cual era el sueño más profundo que guardaba en su corazón: “aprender a leer y escribir” y también que lo tiene como una “materia pendiente”, pero no tiene quien le enseña.

mirta susana bustos y walter lira
Walter Lira, el policía que le enseñó a leer y escribir a Mirta.

Sin dudarlo, el policía Walter Omar Lira del Destacamento de Agua Escondida, dependiente de comisaria 24 de Malargüe, le ofrece su ayuda y logró encender nuevamente en ella esa llama de esperanza que en un momento creyó perdida.

Fue así que, aproximadamente a los quince días,  el agente regresó a Puestos Viejos  (tiempo que dedicó  en buscar guía, ayuda  y herramientas pedagógicas para comenzar a trazar el camino de  alfabetizar a la lugareña) con cartillas y/o cuadernillos de estudio. Comenzaron a realizar un trabajo fino con las vocales, luego pasaron a las consonantes, después a las sílabas y a continuación a la palabra. Al poco tiempo, Mirta comenzó a leer y escribir oraciones.

Cada quince días (tiempos en que cumple su guardia en el destacamento distrital) se hizo presente el auxiliar para guiar y acompañar el proceso de la mujer. Ella fue muy dedicada y aplicada en sus tareas, demostrando unas inmensas ganas de aprender y progresar. Tal es así que luego de terminar su trabajo con los animales y con su hogar, y a la luz de la vela (ya que a esas horas no cuentan con luz solar) estudió, practicó y anotó dudas para cuando viniera su “maestro Lira” – tal como lo llama ella-. En la actualidad, la mujer que no conoce de sueños imposibles… lee y escribe… tanto en letra imprenta mayúscula, imprenta minúscula e incursiona en la cursiva.

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Hoy, Mirta Susana Bustos, es una mujer feliz y se siente completa y orgullosa de haber logrado su materia pendiente…de hacer su sueño realidad. Por lo que sentimos que su historia debe ser conocida  como modelo de esfuerzo, perseverancia, esmero, dedicación y ejemplo para que todos sepamos que no importa el tiempo y mucho menos la edad…los sueños están para cumplirse.

Por otro lado, y para concluir, ella “agradece” a su maestro, que en este caso fue y es  el policía; que aunque no es su función enseñar, se tomó el tiempo y el trabajo de cumplir con su rol social con gran cariño y amor, demostrando que la empatía puede dar grandes e invaluables resultados, sumado a la satisfacción propia.

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