
En pocos días, Malargüe volvió a verse reflejada en tres noticias que, aunque distintas, comparten un mismo hilo conductor. Un allanamiento por venta clandestina de pirotecnia en pleno centro, la ampliación de la recolección diferenciada de residuos y nuevas acciones para ordenar el tránsito. Tres escenas cotidianas que hablan de leyes y ordenanzas pensadas para cuidar la vida, la salud y el ambiente. Y una pregunta incómoda que atraviesa a toda la comunidad: ¿las cumplimos de verdad o seguimos esperando que todo lo resuelva el Estado?

No son hechos aislados. Son la radiografía de cómo convivimos con las normas que se supone que nos protegen. Porque en Malargüe, como en muchas ciudades, el problema ya no es la ausencia de reglas, sino la distancia persistente entre lo que está escrito y lo que efectivamente hacemos.
El allanamiento por pirotecnia ilegal en una vivienda céntrica volvió a poner en agenda una prohibición que nadie desconoce. Existen sanciones, multas elevadas, decomisos y hasta arrestos posibles. Sin embargo, cada año el mismo ritual se repite: denuncias, procedimientos y debates que llegan tarde, cuando el ruido ya hizo su daño.
El problema no se agota en quien vende de manera clandestina. También está quien compra “porque los chicos lo piden”, quien mira para otro lado, quien se convence de que “un ratito no hace mal”. Y en el medio quedan personas con trastornos del espectro autista, adultos mayores, animales, riesgos de incendios y hospitales que funcionan en plena época festiva.
Si cada fin de año necesitamos allanamientos para que se cumpla una norma conocida, no estamos solo frente a una cuestión policial. Estamos frente a un fracaso de convivencia que como comunidad aún no logramos resolver.

La ampliación de la recolección diferenciada muestra a un municipio que decide avanzar en políticas ambientales. Circuitos nuevos, días definidos y materiales separados forman parte de una estrategia que incluso ha sido destacada fuera del departamento. Pero el desafío real empieza cuando el camión ya está en la calle.
¿Cuántos hogares separan siempre los residuos? ¿Cuántos solo cuando se acuerdan? ¿Cuánto falta para que reciclar sea tan natural como sacar la basura común? El reciclaje no es una moda verde ni un gesto simbólico: es gestión de residuos, salud pública, imagen turística y uso responsable de recursos que pagan todos los vecinos.
El Estado puede organizar recorridos y diseñar campañas, pero no puede separar la basura por nosotros. Sin apropiación social, cualquier política ambiental corre el riesgo de quedarse a mitad de camino.

Las capacitaciones en conducción responsable y las charlas sobre cultura vial conviven, casi sin transición, con siniestros graves que vuelven a sacudir a la comunidad. Todos sabemos que no se debe manejar alcoholizado, exceder velocidades ni usar el celular. Sin embargo, los hechos se repiten y muchas veces son evitables.
La pregunta es inevitable: ¿qué pesa más en la práctica cotidiana, la conciencia o la casi certeza de que “no me van a controlar”? Mientras el respeto por las normas sea una decisión individual y no un compromiso colectivo, el tránsito seguirá siendo una lotería injusta donde casi siempre pierden los mismos.
No alcanza con ordenanzas, campañas o capacitaciones si no hay controles constantes, sanciones efectivas y transparencia en la aplicación. En pirotecnia, los controles deben ser preventivos y no solo reactivos. En reciclaje, las políticas necesitan continuidad, inversión y educación ambiental sostenida. En tránsito, los controles de alcoholemia, velocidad y documentación no pueden ser esporádicos.
Donde el Estado baja la guardia, suele crecer la sensación de que la ley es negociable. Pero sería injusto —y cómodo— dejar toda la responsabilidad de un solo lado.
Comprar pirotecnia sabiendo que está prohibida, mezclar los residuos “porque es más fácil”, estacionar mal o pasar en amarillo “porque es un ratito” también construye la ciudad que tenemos. No hay multa capaz de reemplazar la educación ni la convicción profunda de que cumplir las normas nos hace mejores como comunidad.

Una invitación para las fiestas y el verano
A las puertas de las celebraciones y de un verano intenso, Malargüe puede proponerse metas sencillas y compartidas: menos ruido y más cuidado en las fiestas, más bolsas de reciclables en la vereda los días que corresponde, menos excusas al volante.
Cuidar Malargüe en serio no es un eslogan ni una campaña. Es una decisión cotidiana, colectiva y sostenida en el tiempo. La pregunta final queda abierta, interpelándonos a todos: ¿qué vamos a hacer distinto a partir de hoy?


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