Por Horacio Marinaro Ex Presidente del PD

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 La realidad hoy nos dice que en los gobiernos hay bandas, no hay ladrones solitarios o, si se quiere, existen asociaciones ilícitas. Para el común de la sociedad está la creencia que la corrupción son actos individuales, y es en ese momento donde se pierde de vista la estructura armada y establecida para el saqueo de los recursos públicos.

En la política, la corrupción como fenómeno, social y jurídico se presume un lucha de brazo partido para el estado de derecho. Unas definiciones posibles de corrupción pueden ser: “es la violación del interés público para lograr especiales ventajas exclusivas”, o también “es la fórmula ilícita de valerse los individuos para conseguir influencia sobre las gestiones del trámite a seguir”. Evidentemente el sector privado del mismo modo desarrolló formas de lograr rápidamente y eficazmente objetivos económicos, gubernamentales o personales a través de dádivas o de la suposición de otro tipo de ventajas. La causa de los cuadernos es un claro ejemplo de ello.

Seguramente, la corrupción es el mal mayor que alcanza a incomodar a la justicia, incluyendo al sistema jurídico: si la gente no confía en la justicia (es lo que ocurre, si los jueces son corruptos), nunca se resolverán los conflictos, entonces hablamos de corrupción judicial. Sin Justicia no hay República posible.

En la Argentina la corrupción no es una anécdota o un hecho real, que paso de ser un acontecimiento eventual a una cotidianeidad, es una organización de alto poder. Desconocer la corrupción y Subestimarla es un error; es connivencia y cooperación. Puede ser que en términos personales sea un vicio o un pecado. Los cuadernos escritos por Centeno, devinieron en una profunda investigación de la corrupción argentina.

De eso se trata: la corrupción como sistema. En los gobiernos (que son administradores de estado) si se quiere, hay asociaciones ilícitas, la compra reciente de mercadería, barbijos, es un muestra cabal de lo que digo, y también es cierto que volvieron mejores y más bueno pero en el choreo. La justificación es oportuna porque para el sentido común de la sociedad la corrupción no en un acto excepcional y tampoco la picardía de un funcionario solitario, sino en una red de poder, organizada para el saqueo de los recursos públicos.

La corrupción como un modelo de acumulación, como cleptocracia, esto es lo se está discutiendo en la Argentina. Constantemente hubo corrupción, indican algunos; siempre se robó, dicen otros. Objetivamente es una verdad a medias y que operan como coartadas y falsas justificaciones.

Los argentinos hoy descubrimos que la corrupción es escandalosa en todas las expresiones: por los valores pirateados, por la estructura armada a partir del poder gubernamental y por la responsabilidad manifiesta de la cima de ese poder Político.

También opera como coartada (según el chiquitito Kicillof) el argumento que él postula: “es que la corrupción no es el tema principal o la principal contradicción política a resolver”. Un referente del nacionalismo criollo sostiene que los nacionales disponían de luz verde para robar.

Ciertamente, el sistema corrupto instalado en Argentina es el resultado de un proceso histórico, y eso es una realidad, nadie lo puede negar. No cayó del cielo, ni surgió de una planta. Del mismo modo, decimos que: la corrupción, como procedimiento se enseñó en la década menemista y se fortaleció y robusteció en la década kirchnerista, que, también fue su principal momento y privilegiado accionar, fue y es hasta hoy el bosquejo más desarrollado y mejor ejecutado. También en el hampa kirchnerista hay estética y creatividad, donde conocemos a la jefa de la asociación ilícita.

Que el jefe hoy esté refugiado en la Cámara de Senadores para eludir la acción de la justicia es más una causalidad que una eventualidad, fue la solución previsible y lógica. Así mismo es la aseveración y la mejor prueba de que la corrupción transforma las instituciones del estado de derecho en aguantaderos.

La corrupción política es un dispositivo de poder y gobierno. “El poder, es impunidad, esa impunidad es la garantía y la condición del orden corrupto, (según dijera Yabrán). La corrupción convive con la Democracia y esa convivencia no es gratuita. En cualquiera de los dos casos, la corrupción mata y también profundiza las desigualdades. Esa experiencia la sufrimos los argentinos y la padecemos en carne propia, el cono urbano bonaerense (provincia de Buenos Aires, gracias a 30 años de peronismo recalcitrante) es un vivo ejemplo y La Matanza la tarjeta de presentación. ¿Es la corrupción un mal del capitalismo? No seria este caso.

Sin embargo, el “microbio” ha estado siempre presente en el capitalismo y en el comunismo. Ejemplos hay de sobra ¡O acaso la URSS y las “democracias populares” del este, están ilesa!

Definitivamente y como escribió un clásico, “El poder corrompe. Y el poder absoluto corrompe absolutamente y se sabe que es inevitable y peligroso.” Que yo admita la existencia de semejante vicio no significa que lo justifique o sea su cómplice. Los gobiernos pueden ser dominados por la tentación de robar, pero los ciudadanos y las instituciones estamos obligados a resistir esas aberraciones, porque si no lo hacemos el contrato moral y ético de la sociedad se destroza y en su lugar, asoma una sociedad desmoralizada, acobardada o corrompida.

En conclusión, ningún poder corrupto puede mantenerse sin la venia activa o pasiva de las sociedades. También queda claro que son las sociedades, las que pueden poner fin a un orden corrupto. Sin esa determinación, todo lo que se exprese o se escriba de poco vale, mejor dicho casi nada.

Finalmente, la corrupción en más de un caso ha resultado funcional a los sistemas políticos, pero lo que diferencia a un orden jurídico de un régimen mafioso, es que en uno existen controles y esos controles funcionan, mientras que en el otro la única fuerza dominante es la del Poder Político. «No me preocupa la corrupción, me preocupa la impunidad» decía Lisandro de la Torre.

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