Los primeros días de agosto nos encontraron con una noticia que preocupa y duele: en menos de 72 horas, Malargüe registró una seguidilla de robos que afectaron a comercios y viviendas, y que interpelan nuestra histórica percepción de ciudad tranquila. Cuatro hechos delictivos en tan pocos días no son un simple dato policial: son una señal de alerta que nos obliga a reflexionar sobre qué entendemos por seguridad y, sobre todo, cómo la construimos.

Porque estar seguros no se reduce únicamente a no sufrir un robo o una agresión. La verdadera seguridad es una forma de vida, una cultura colectiva que se expresa en cada acción, en cada decisión, en cada vínculo que construimos. Es una responsabilidad compartida que empieza por el cuidado del otro y del entorno que habitamos.

Seguridad es transitar por nuestras calles respetando las normas de tránsito, no solo por temor a una multa, sino para proteger vidas. Es conducir con prudencia, ceder el paso, detenerse ante un cruce escolar y entender que en cada volante hay una enorme cuota de responsabilidad hacia el prójimo. Es evitar que las estadísticas de accidentes crezcan por descuidos evitables.

Seguridad es también hacerse cargo de nuestras mascotas: no dejarlas sueltas, garantizar su salud y bienestar, y evitar que pongan en riesgo a personas o a otros animales. Un perro suelto en la calle no es solo un problema de convivencia: puede ser causa de accidentes, agresiones y hasta tragedias.

Seguridad es cuidar el ambiente que nos rodea: no arrojar basura en la vía pública ni en nuestros espacios naturales, preservar nuestras reservas, ríos y paisajes, y entender que el Malargüe que heredamos es también el Malargüe que legaremos. La limpieza, el orden y el respeto por el espacio público son parte de esa seguridad que no se mide en estadísticas policiales, pero sí en calidad de vida.

Seguridad es, además, la certeza de que el Estado cumple con su deber de protegernos. Esto implica una policía cercana y efectiva, pero también un sistema de salud accesible y de calidad, que atienda a tiempo y con dignidad. Significa calles bien iluminadas, servicios públicos confiables, infraestructura adecuada y políticas activas de prevención. La seguridad ciudadana no es un privilegio: es un derecho básico que debe garantizarse en todas sus dimensiones.

Y seguridad también es animarnos a denunciar y a ser testigos cuando presenciamos un hecho de violencia o un acto delictivo. Es comprender que brindar un dato, una descripción o un detalle, por pequeño que parezca, puede ser clave para esclarecer un hecho y hacer justicia. Muchas personas se niegan a denunciar o a testificar porque temen perder horas valiosas de trabajo en la comisaría, pero ese tiempo, invertido en colaborar con la verdad, es un aporte irremplazable para proteger a otros y evitar que el delito se repita.

Los robos de estos primeros días de agosto son una llamada de atención. No podemos esperar que las soluciones vengan solo “de arriba”. La seguridad se construye entre todos, cada día, con pequeñas y grandes acciones. Se construye cuando decidimos respetar, proteger, cuidar. Cuando denunciamos, cuando colaboramos, cuando nos comprometemos.

Malargüe no puede conformarse con la nostalgia de ser “un pueblo seguro”. El tiempo y las realidades nos exigen ser una comunidad consciente, activa y solidaria, capaz de unir fuerzas para que la seguridad sea algo más que una estadística. Que sea, de verdad, un modo de vida.

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