Hoy, 27 de diciembre, es el último domingo de 2020, para muchos un año para el olvido, por todo lo que trajo aparejado la pandemia por el Coronavirus, que ha dejado enormes consecuencias sociales, económicas, culturales, educativas, sanitarias.
El diccionario de la Real Academia Española (RAE) da la palabra olvidar ocho acepciones, entre ellas las siguientes: Dejar de retener en la mente algo o a alguien; Dejar de tener en cuenta algo; Dejar de hacer algo por descuido; Hacer perder la memoria de algo.
Nadie, en su sano juicio, podrá decir que el año que termina el próximo jueves no ha sido difícil. Claro que lo ha sido, pero debemos hacer lo posible para retenerlo en la mente.
Quién no perdió a un ser querido, a un amigo, un vecino, un docente que lo marcó. Hemos visto partir a personas destacadas. Pero no todos ellos como causa directa del famoso Covid, algunos si como consecuencias indirectas de ello por las imposibilidades que tuvieron a la hora de acceder al sistema sanitario.
La economía mundial en muchos países, como la Argentina, se desplomó, pero como en el caso de las muertes, no todo fue a causa de la pandemia. Estamos convencidos, y ya las estadísticas lo están demostrando, que la paralización de las actividades económicas a raíz de la extensión de la cuarentena ha sido peor que los problemas globales que trajo aparejado el Coronavirus. De hecho, los países y provincias, como el caso de Mendoza, que trataron de poner equilibrio entre economía y salud hoy están mejor que quienes solo dijeron “primero la salud”.
El manejo de la pandemia, mediante la extensión ya “eterna” de la cuarentena, en sus distintas modalidades, ha servido para imponer por parte del Frente gobernante una agenda de discusión que no tiene que ver con los problemas de fondo del país sino con la corriente ideológica que se trata de imponer. La intromisión gubernamental en los temas judiciales y el planteo de la nueva discusión del aborto, que podría ser legal en los pocos días hábiles que le quedan a este 2020, son dos claros ejemplos de esta falta de querer poner al país entre los más sanos y serios del mundo.
Si lográramos olvidar, sacar de la memoria individual y colectiva, el año que ya casi se nos fue estaríamos cometiendo un grave error. Este debe ser tomado, reiteramos con todas las dificultades que trajo aparejado, como un año de grandes aprendizajes.
El primero, sin lugar a dudas, que la salud debe estar en primer lugar, pero en serio. Nadie podrá discutir que hoy los hospitales, incluso el nuestro, están mejor equipados que el pasado 1 de enero. Pero tampoco ese concepto debe ser tomado en serio, incluso por los mismos efectores del sistema sanitario. Quedará en los anales de la historia que un grupo de profesionales residentes en nuestra ciudad concretaron un quite de colaboración cuando la comunidad más los necesitaba, anteponiendo intereses personales y políticos, a los juramentos profesionales, la vocación y la solidaridad.
El segundo aprendizaje, estimamos, debe ser que no se debe anteponer una actividad sobre otra, como el caso de salud o economía, sino que debe haber complementariedad y para ello la educación y formación de la población es esencial. Si a la gente en lugar de haberle inculcado el miedo se la hubiera informado convenientemente respecto del significado del distanciamiento social y todas las otras medidas preventivas, estamos convencidos, las consecuencias hoy serían distintas en cuanto a la crisis, en todos los aspectos.
El pésimo manejo que se ha tenido en el país de la pandemia es otra lección que debemos aprender. Es que el conjunto de malas decisiones del gobierno ha hecho que el valor de la cooperación social se haya dejado de lado, se ha tocado otro valor fundamental, el de la libertad y cuando ello ocurre el ser humano busca recuperarla como sea. Así hemos llegado a estos días con violaciones a las normas establecidas hasta por parte de los mismos funcionarios que las impusieron, el caso del velorio de Diego Armando Maradona grafica con todas las letras nuestro argumento.
Entorpecer al sector privado nunca puede ser una política que el Estado, en cualquiera de sus niveles, pueda sostener. Cuando se pierden fuentes de trabajo en la actividad privada, cuando se ponen frenos a la inversión, cuando no se brinda seguridad jurídica, cuando se tiene desde los más altos cargos públicos un discurso anti empresarial, perdemos todos como sociedad. El país no crece, se caen los ingresos y entonces se recurre a la maquinita de hacer billetes, como consecuencia de ello viene la inflación y ese combo nos da más pobreza material y, lo más grave, intelectual.
Pero no todo ha sido negativo, así como hubo muertes también llegaron nacimientos que generan la luz de la esperanza. Así como algunos trataron de tenernos a todos encerrados, hubo otros que, históricamente se habían quedado en sus casas, que se animaron a salir a reclamar por sus derechos, que han advertido las consecuencias del intervencionismo gubernamental en áreas que no le son propias. Más de uno tuvo que “reinventarse” para poder seguir viviendo o mantener la mayor cantidad de fuentes de trabajo posible. La gran mayoría de la gente cambió hábitos no tan buenos por otros más saludables, como el de la higiene de manos o el estornudo en el pliegue del codo. Hubo quienes no se dejaron amedrentar transformándose en sembradores de optimismo y alegrías en medio, incluso del dolor. Actores sociales que estuvieron a la altura de las circunstancias, siendo los docentes la más clara demostración de esa actitud. En Mendoza se alentó el deporte, primero de manera individual y más tarde el colectivo, hasta donde las medidas de seguridad sanitario lo permiten.
Olvidarnos del 2020 sería el peor error que como sociedad podríamos hacer. Lo importante es hacer el listado de experiencias para quedarnos con tantas positivas y trabajar para que las negativas no nos terminen costando y afectando individual y socialmente.
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