Tenemos que dejar de ser un país de discurso, para pasar a ser un país de acción y desarrollo. Si salvamos a los niños, salvamos la Argentina.
Hoy todos estamos repitiendo a diario: «Otra vez más». Sentimos constantemente que estamos parados en el mismo lugar, como en un loop sin salida. Casi que hemos perdido la capacidad de sorprendernos, porque pareciera que en nuestro país, estar cada vez peor, se ha convertido en un derecho adquirido.
La Argentina que viene tiene que ser de consensos en las cuestiones estructurales. Perdemos mucho tiempo en discusiones sin sentido. Cuando creo que todos estamos de acuerdo en que se necesita de una reforma laboral, una reforma impositiva, un estado eficiente y no voluminoso. Necesitamos que sea más fácil exportar, viajar, vivir. Que no te maten por robarte un celular. Que la inflación no te devore el salario. La felicidad de la población está dada por la calidad de vida. Esa calidad de vida nos la han ido erosionando, propio de un falso populismo, que entienden el éxito como un pecado.
Los países más exitosos hacen hincapié en invertir en desarrollo humano, sobre todo en los primeros años de vida de una persona.
El gran economista y filósofo hindú, Amartya Sen, habla del «desarrollo como libertad, en el que la pobreza y la falta de oportunidades económicas son obstáculos en el ejercicio de libertades fundamentales. Es decir, invertir en desarrollo humano es expandir la libertad de los seres humanos».
Siguiendo esta línea, entre los problemas estructurales que tiene nuestro país, está la pobreza infantil. Actualmente el 71% de los niños son pobres en el conurbano bonaerense y en las provincias, con variaciones, también escala al 50%. Esas no son meramente cifras vacías. Se trata de que uno de cada tres chicos no recibe un plato de comida al día. Al no recibir una adecuada alimentación, ese cerebrito no se desarrolla como necesita. Si a esto le sumamos muchas veces las condiciones de precariedad en la que viven, la falta de estímulos, de acceso a una adecuada educación, la cuenta es corta: no tienen herramientas para desarrollar un proyecto de vida. La vulnerabilidad está en ascenso.
Ese niño, probablemente, sea un adolescente que no llegue a ser universitario en 10 años ni emprendedor, empresario o practique un oficio en 20 años. Estamos hablando que, si seguimos en este statu quo, la mitad de nuestra población en veinte años van a estar fuera del sistema. Actualmente ya estamos viviendo una fuga importante de jóvenes capacitados que buscan un futuro mejor, emigrando del país. En una encuesta reciente del gobierno de la Ciudad, esto quedó en evidencia, casi el 70% de los alumnos de la secundaria evalúan irse de la Argentina. Estamos llegando tarde.
Para revertir este proceso hay que arrancar ya. La primera infancia tiene que ser Política de Estado en Argentina urgente. La calidad de vida en la niñez va a determinar las capacidades de ese adulto el día mañana. Pero no de palabra, en acciones concretas. Para que eso suceda se necesitan de dos cuestiones fundamentales.
La primera es entender que el problema es político, necesitamos un acuerdo nacional de todos los partidos políticos para que sea sostenible en el tiempo. Tiene que haber una real decisión política de ir para adelante con esto.
La segunda, es que hay que diseñar y desarrollar nuevas políticas públicas. Hace años que son las mismas, obtusas e ineficientes y lo único que cambia es que el gobierno de turno le imprime una idiosincrasia distinta, pero no dejan de ser las mismas que en los años 50s. Si una empresa familiar no se moderniza y evoluciona junto al mundo, se estanca. Lo mismo ha pasado con el estado argentino. Se estancó.
Un rol clave en este desarrollo de nuevas políticas de estado lo tiene la tecnología, es una gran herramienta como coadyuvante en la lucha contra la pobreza. Necesitamos de buenos relevamientos territoriales profesionales y sistematizados para tener más información precisa y poder hacer políticas públicas que sean más «traje a medida».
Siendo los jardines maternales o espacios de primera infancia en los barrios los lugares claves para poder trabajar integralmente con los niños y sus familias. Se puede lograr con equipos de maestras y profesionales un trabajo multidimensional de atención temprana, una nutrición adecuada, poniendo el foco en el ritmo de aprendizaje de que cada niño, logrando un desarrollo emocional, social, físico y cultural. El trabajo con las familias es también fundamental, para así ir logrando, poco a poco una parentalidad positiva. Hay que volver a culturizar desde las bases.
La pandemia nos dejó muchos aprendizajes. Uno que no puede pasar por alto es la falta de conectividad en los barrios más vulnerables y la cantidad de chicos que quedaron fuera del sistema. Necesitamos urgente sistematizar esto, salir a buscar a esos chicos que hoy sufren de desnutrición, no van a la escuela o tienen alguno de sus derechos vulnerados que los ponen en riego. Actualmente, tenemos sistemas gubernamentales que determinan que un ciudadano adeuda un impuesto o una multa, pero no que hay un niño destruido en un barrio.
Establecer prioridades urge.
Que miles de niños en Argentina nos necesitan, es un hecho. En esto no puede ni debe haber grieta. Tanto el sector público, como el sector privado, organizaciones intermedias, centros religiosos, cámaras empresariales, universidades, gremios, maestros, y vos, vos y yo, nos tenemos que unir en esta causa.
Tenemos que dejar de ser un país de discurso, para pasar a ser un país de acción y desarrollo. Si salvamos a los niños, salvamos la nación.
Por María Victoria Abihaggle, abogada y politóloga. Nota también publicada en Punto a punto.
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