Telma Bernardina Maciel, a quien todos en Malargüe conocemos como “Telmita”, nació el 20 de mayo de 1935, en Roque Sáenz Peña, provincia de Chaco, en el seno del matrimonio que habían constituido Inocencia Vergara y Juan Andrés Maciel. Fueron en total nueve hermanos, de los cuales sobreviven ella, Susana, Ofelia y Juan Carlos.

“Mi papá arreaba vacas en Sáenz Peña y mi mamá estaba en la casa, era muy gauchita, ella no tenía problema en levantar paredes si había que hacerlo, sembrábamos. Ahí hice mi escuela primaria, en esa época no estaba el séptimo grado, la primaria llegaba hasta sexto grado, me acuerdo que yo hice quinto y sexto en un solo año. Nunca dejé de leer, capacitarme, escribía versos, todavía sigo haciéndolo. Cuando llegué acá le escribí un verso al viento de Malargüe, que ahora no encuentro. Me gusta escribir sobre las cosas simples como los colores del cielo, los pájaros, los árboles. Mi mamá siempre me incentivó la lectura, recuerdo que ella les remendaba la ropa a los peones porque allá el monte tiene mucha espina y es como selva, entonces yo me quedaba de noche leyéndole libros, revistas, lo que fuera. El Martín Fierro me lo leí de punta a punta y lo teatralizaba (risas). Con los años se fueron a trabajar a una estancia muy grande que se llamaba La Libertad, pasando la localidad de Juan José Castelli, cerca del Impenetrable. Yo tenía 15 años para ese entonces. Me acuerdo que nos levantábamos temprano a ordeñar vacas, a las 05:00 de la mañana ya estábamos haciendo esa tarea, así lloviera, tronara o hubiera refucilos. Con mi mamá ordeñábamos 30 vacas cada una, ella hacía quesos, una hermana dulce de leche y yo manteca. Sacábamos tambores de leche. Como en la estancia había que darle de comer a los peones poníamos frascos de manteca y dulce que lecha que poníamos en las mesas para el desayuno y la media tarde. El papá domaba vacas y se las entrega a su patrón que las mandaba en tren para la venta. Comíamos animales del campo como el peludo, que aquí le dicen piche, choique. En mi casa siempre hubo cantidad de pollos, gallinas, pavos, gallinetas, levantábamos cajones de huevos. Yo conozco el trabajo del campo y siempre pienso en lo ingrato que es, porque el campo es muy sacrificado y siempre la gente ha sido muy mal pagada. En el Chaco el calor y la humedad son terribles. Mi madre me enseñó a respetar a la gente mayor, nos transmitió los valores de la familia. Con nosotros vivía la abuelita materna que era ciega, se llamaba Maclovia. El papá era mayor que mi mamá y había nacido en Corrientes

Al fallecer su madre, a la edad de 42 años, Telma se trasladó junto a una hermana a Buenos Aires donde pudo estudiar taquigrafía, dactilografía y contabilidad. Luego decidió venir a vivir a Mendoza, donde ya vivían otras dos hermanas.

“De Buenos Aires a Mendoza viajé en tren, mi mayor deseo era conocer las montañas, que sólo había visto en fotos de libros y revistas porque en el Chaco no hay montañas. Me acuerdo que cuando nos íbamos acercando el corazón parecía que se me iba a salir de la emoción. Cuando vi esas montañas me impactaron de tal manera que decidí quedarme, era el año 1960. Estando en Mendoza conocía la verdad de la Biblia, gracias a los Testigos de Jehová. Yo estaba en ese momento en concubinato con el padre del único hijo que tengo, como él no se quiso casarse conmigo cada uno siguió su camino, porque Jehová tiene un pueblo limpio y yo me di cuenta que el concubinato era fornicación y no podía seguir con él si no nos casábamos. Me quedé con mi hijito y lo pude criar haciendo costuras, lavados, planchados, limpieza de casas y los fines de semana vendía huevos en la calle, para ese entonces vivía en Las Heras, en la zona de calle Los pescadores y Cnel. Díaz” comentó más adelante Telmita.

El ingreso a la congregación de los testigos de Jehová le cambió a la mujer la vida para siempre, no solo porque decidió ponerle fin a su relación sentimental ante la negativa de su pareja de formalizar el matrimonio, sino porque comenzaría un proceso de crecimiento espiritual que con los años la traería a Malargüe.

“Un día, al salir de una peluquería que estaba al lado de mi casa, una señora me entregó una Atalaya (revista religiosa de los testigos de Jehová) y me la leí toda. Ella volvió después a mi casa y me trajo una Biblia, me la leí toda y al año decidí hacerme testigo, después de haber comprendido muchas cosas. Me di cuenta de las cosas que le agradan a nuestro padre celestial y decidí llevar una vida distinta, que estuviera de parte de Jehová porque viene el juicio y el reino de Dios que pedimos en el Padre Nuestro. Yo he despreciado muchos trabajos, de mucho dinero para trabajar para Jehová porque decidí dedicarle mediodía a él. No tenía problemas de ir a trabajar a las 05:00 o las 06:00 de la mañana con tal de tener la tarde libre para el servicio. Nunca me faltó el dinero para darle de comer a mi hijo, pagar un alquiler cuando lo tuve que hacer, vestirme y llevar una vida tranquila. En la congregación las personas que se dedican a tiempo completo se llaman precursores, abren el camino en la predicación y yo decidí entregar mediodía para esa tarea, aunque mi mayor deseo era ser misionera, pero no pudo darse. Un día salió la posibilidad de venirme a Malargüe y no lo dudé. Llegué a la casa de una hermana en la fe que vivía en el barrio Ulloa, donde estuve 15 días. Después empecé a alquilar una piecita en la casa de la familia Urquiza, frente al hospital viejo. Empecé a trabajar con Raquelita y Pierito (Héctor) Magallanes, cuidándole la niña, una personas bellas que me ayudaron a tener mi casita porque cuando yo no trabajaba en la época de las vacaciones lo mismo me pagaban mi sueldito, eso lo hace la gente buen corazón. Así pude pagar en cuotitas mensuales mi ranchito (vive en Cmte. Rodríguez y Telles Meneses). A los tres años pude tener la escritura, eso es una bendición”, contó más adelante la mujer.

Cuando le pregunté cómo es un día de su vida con 84 años y con dedicación exclusiva a su ministerio respondió “me dedico a predicar, cuando quiero y puedo porque nadie me obliga. Mi tarea es llevar el mensaje a las personas a veces te atienden bien, otras te nos cierran las puertas en las narices, otros te dicen cosas pero seguimos porque a Jesús lo persiguieron, lo rechazaron y eso que la gente de su tiempo vio los milagros que hizo. Nosotros no ocultamos nada en el sitio jw.org cualquiera puede entrar y va a encontrar quiénes somos, qué practicamos, qué hacemos. Nosotros nos reunimos los miércoles a las 20:30 en nuestra iglesia en calle Batallón Nueva Creación y los días domingos. Nos reunimos para leer y estudiar la Biblia, en la escuela del ministerio teocrático, donde se nos enseña a hablar con la gente, ser respetuosos con quienes profesan otra religión y tienen una inquietud espiritual. Jesús es nuestro modelo, a quien seguimos. Ahora, en mi caso, estoy aprendiendo quechua. Mi día comienza con un desayuno lo más natural posible y salgo a predicar caminando, eso me hace mucho bien, además hago ejercicios tranquilos en mi casita. Estoy todo el día en contacto con los hermanos y con la gente que necesita de mi ayuda. Yo no tengo nietos propios, pero tengo miles del corazón porque donde voy los niños me andan diciendo abuelita, me gustan mucho los niños y estar con ellos”.

“Telmita” tiene por hobby la fotografía, su primer curso lo hizo por correspondencia en su juventud y hoy saca hermosas tomas con su celular, algunas de las cuales nos las compartió mientras tomamos un exquisito yerbeado, realizado de forma tradicional, cuando grabamos la entrevista en una tarde de fuerte viento zonda, ese mismo que la sorprendió cuando llegó por primera vez a nuestra ciudad y al cual le dedicó uno de sus poemas.

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